domingo, 12 de agosto de 2007

Por la carretera hacia Florida

Robert Frank en Argentina
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Fotografías de Robert Frank
por Jack Kerouac *1

Texto del catálogo Robert Frank, Fotografías/FiIms 1948/1984. Valencia, España /1985

Me fui en coche hacia Florida con el fotógrafo Robert Frank, nacido en Suiza, para recoger a mi madre, los gatos, la máquina de escribir y una enorme maleta llena de manuscritos originales; hicimos el viaje con una especie de asignación provisional de la revista Life que nos dio doscientos billetes para cubrir la gasolina, el aceite y la manduca ida y vuelta. Pero me quedé sorprendido al ver cómo un artista de la fotografía hacía su trabajo, capturando esas cosas de la Carretera Americana sobre las que escriben los escritores. Es bastante sorprendente ver a un hombre, sin dejar el volante, levantar de repente con una mano la pequeña cámara alemana de 300 dólares y disparar a algo que se mueve delante de él, y todo eso a través de un parabrisas sucio. Luego, al revelarlo, la suciedad no daña la luz, ni la composición o el detalle de la fotografía, sino que parece realzarlo. Salimos de Nueva York al mediodía de un precioso día de primavera y no hicimos ninguna fotografía hasta después de salvar el aburrido aunque útil tramo de la autopista de New Jersey y meternos en la autopista 40 en Delaware, donde paramos a comer algo en un bar de la carretera. Yo no vi nada especial que fotografiar, o "sobre lo que escribir", pero de repente ahí estaba Frank tomando su primera foto. Desde el mostrador en el que nos sentábamos, se había vuelto y había hecho una foto a un remolque enorme cargado de coches entrando en la grava del estacionamiento, pero a través de la ventana y justo por endina de una escena de desperdicios y de platos de una familia que acababa de dejar su sitio, se habían metido en el coche y se habían largado, sin que la camarera hubiera tenido tiempo de quitar los platos.

La combinación de esto, más el movimiento de fuera, los coches apartados, los reflejos por todas partes en cromo, cristales y acero de coches, carretera, de repente me di cuenta de que estaba viajando con un auténtico artista y de que se expresaba con una forma de arte que no era diferente de la mía y sin embargo llena de dificultades bastante diferentes de las mías. A diferencia de la idea que se tiene comúnmente de la fotografía, no se necesita luz solar brillante: las mejores, las más melancólicas salen con la luz mortecina del atardecer, o en los días de lluvia, como ahora en Delaware, al final de la tarde con el cielo amenazando lluvia y las luces apareciendo en la carretera.

Fuera del bar, y sin ver nada como de costumbre, seguí caminando, pero Robert se paró de repente y sacó una foto de un poste solitario con un racimo de bombillas de plata arriba del todo, y detrás un Paisaje Americano tan inefable e indescriptible como para hacer estremecerse a un Marcel Proust…¡qué belleza poder detallar una escena así, un día gris, y presentar incluso el barro, las latas abandonadas y los viejos bloques de edificio al fondo, y a lo lejos la carretera, la vieja carretera con sus caminos, coches, postes, casas adyacentes, árboles, señales, cruces...! Un camión entra en el piso de grava, Robert se planta delante y atrapa al conductor tras el parabrisas con ojos de loco y mueca salvaje como de indio. Atrapa la chispa en el ojo... Hace una foto de una fantástica puerta de camión anunciando todos los placeres desde Arkansas a Washington y desde Florida a Illinois con la confusión de los dobles espejos preparados de forma de que el conductor pueda ver lo de atrás por los lados del cuerpo del remolque... pequeños detalles que el escritor normalmente olvida. Con el día declinando, la lluvia cayendo en la carretera, las luces ya encendidas a las tres de la tarde, la niebla descendiendo sobre la autopista 40, vemos el repentino aterrizaje de insecto de las modernas lámparas de sulfuro, la confusión distante de árboles olvidados, el montón de coches camino del peaje del Túnel del Puerto de Baltimore, todo ello captado por casualidad por Robert mientras conduce, con un ojo en la cámara, clic. Desde allí a Maryland, ahora con luces lanzando destellos bajo una lluvia de 4 de la tarde, la mirada solitaria de la luz de stop de un cruce, los cables del teléfono incrustándose en la distancia donde otro camión se abre camino obstinadamente hacia una especie de meta humana, placentera o de descanso. Y GULF, el enorme anuncio, en el golfo del tiempo... visión nada infrecuente y sin embargo de algún modo siempre sorprendente en todos los puestos de salchichas de las carreteras y en la blancura de los moteles de un distrito sin nombre de los E.U.A., donde las luces rojas de los semáforos siempre parecen dar sensación de lluvia y las luces verdes una sensación de distancia, nieve y arena...
Luego la chica de color riendo mientras recoge el dólar del peaje en el puente del río Potamac al crepúsculo, y el peaje apareciendo con luces en el panel. Después, más allá del puente, el destello y el misterio de luces de coches que se aproximan (algo que un escritor nunca puede captar completamente con palabras), la sensación de viejos muelles de madera imposibles de fotografiar pudriéndose allá abajo en medio del barro y de los arbustos, el viejo Potomac entrando en Virginia, escenario de pasadas batallas de la Guerra Civil, la travesía del país conocido como El Yermo, toda una tristeza de acero de una milla de largo mientras las aguas siguen trenzándose caprichosamente, ignorantes de la loca invención de América, fotografías, palabras. El brillo de la lluvia en el suelo del puente, los rojos de los frenos, los reflejos grises de los agujeros abiertos del cielo con el sol que se fue hace rato detrás de la lluvia hacia los cerros occidentales de Maryland. Ya estamos en el sur.

Cosa aburrida es el conducir por Richmond Virginia bajo la lluvia torrencial de medianoche.
Pero por la mañana, tras un corto sueño, América se despierta de nuevo ante tus ojos con un sol mañanero brillante, la hierba fresca y el autoestopista tumbado de espaldas y durmiendo al sol, con la maleta de cartón y el abrigo al lado, mientras un coche pasa de largo por la carretera: sabe que de una manera u otra llegará a su destino y después de todo, ¿por qué no dormir? Su América. Y más allá de su sueño, los viejos árboles y el largo mercancías A.C.I. como una bala por la línea principal, y parches de arena en la hierba. Me quedo sentado en el coche pasmado de ver al artista de la fotografía merodeando como un gato o como un oso hambriento, por la hierba y por los caminos, disparando a cualquier cosa que quiere ver. ¡Cómo me hubiera gustado tener una cámara propia, una cámara loca que pudiera registrar disparos pictóricos, del propio artista de la fotografía merodeando en busca del disparo definitivo, toda una epopeya!

Seguimos conduciendo hacia la Montaña Rocosa en Carolina del Norte donde, en una subasta de ganado a las afueras de la ciudad, centenares de sudistas sin trabajo de la reciente recesión amontonados en el barro mirando fijamente cosas como el desorden de artículos que el comerciante tiene en el maletero de su nuevo coche... ahí lo tenéis sentado delante de las herramientas, taladros, pasta de dientes, tabaco de pipa, anillos, destornilladores; plumas estilográficas, melancólico, mandíbula prominente, triste, en el día gris del sur, mientras el ganado muge y gime y por todas partes la sensación fría de la llovizna y de la desesperación. "Yo imagino", dijo Robert Frank aquella mañana mientras tomábamos el café, "aunque nunca he estado en Rusia, que América se parece, realmente más a, Rusia, en el sentimiento y en el aspecto, que ningún otro país del mundo... las grandes distancias, las caras, el aspecto de las familias viajando...". Seguimos el viaje, cerca de Carolina del Sur nos bajamos del coche para hacer una foto disparatada de una casa de comidas de la carretera en ruinas que todavía anunciaba "la comida está lista, es aquí, bienvenido" y mirando por el edificio hacia los campos se podía ver la otra parte y, alrededor, máquinas derribando y trabajando.

En un pueblo pequeño de Carolina del Sur, según íbamos en el coche, conduciendo yo esta vez despacio por la calle Mayor, se asomó por la ventana y captó tres chicas jóvenes de vuelta del colegio hacia casa. Al sol. Se quejaron: “J". Más abajo, la niña en el asiento delantero con rizos, la madre en doble fila en frente de alguna tienda. Un coche aparcado al lado de un restaurante cercano a un parque de chatarra que hay más abajo, y en el asiento trasero, estirado como una cuerda, un gatito asustado... el patetismo de la carretera y de la América Moderna: "¿Qué hago yo en medio de esta chatarra?".


Nos desviamos un poco de nuestra ruta para ver Myrtel Beach, Carolina del Sur, y captamos a una chica muy pensativa asomándose a una máquina tragaperras para ver cómo punteaba su amigo.
Por la carretera de McClellanville, Carolina del Sur, escenario de preciosas casas viejas y de increíble paz, y la vieja "Barbería Coastal" con el octogenario Mr. Bryan al frente que decía con orgullo "Yo fui el primer barbero blanco de Mc Clellanville." Le preguntamos dónde podríamos tomamos un café. "En ningún sitio, pero vayan a la tienda, compren un bote de café molido y vuelvan aquí, tengo una buena cafetera en el hornillo y tres tazas...". Mr. Bryan vivía en la autopista, a pocas millas de allí, donde "Lo único que me gusta hacer es sentarme en el portal y ver los coches correr”. Quería hacer un trato con Frank por la Rubia de 1952.
"Tengo un buen Ford Treinta y seis. Y otro coche".
"¿Cuántos años tiene el otro coche?".
"No es muy joven que digamos... ¿pero vosotros necesitáis dos coches, no? Os casaréis, supongo".

Insiste en cortarnos el pelo. Con peinado a la vieja usanza, le hace al fotógrafo un extraño corte de pelo, se ríe entre dientes y cuenta viejas historias. La: barbería no ha cambiado desde que el fotógrafo Frank pasó por allí hace unos cinco años para fotografiarla desde la calle, incluso las botellas de la repisa siguen igual y todo indica que no las han cambiado.
Por una carretera comarcal, no lejos de las casas de colores de Mc Clellanville, un funeral de
Negro. Sombrero de paja Charley con cicatriz de hoja de afeitar mirando por la ventana de su brillante coche negro, "Ay" ... Y la tumbas, simples montones cubiertos con conchas de almejas, de vez en cuando una simbólica botella de Coca Cola. Cosas que no se pueden capturar con palabras, el triste poema de la muerte...



Dormimos otro poco, y Savannah por la mañana. Merodeando nos encontramos con un camión de la basura nuevo de trinca de la Ciudad de Savannah con fantásticas cabezas de muñecas adosadas que guiñan los ojos a medida que el camión avanza pesadamente por las afueras del pueblo y las mujeres con la ropa del baño puesta salen a supervisar... las muñecas, la bandera americana, la herradura del parabrisas, los emblemas, espejos, infinitos pendones y admirables lanzas, y el mismísimo conductor jefe, de color, todo engalanado con botas y gorra y con el cuchillo de la "basura" al cinto. "Espere aquí a que demos la vuelta a la esquina y le saca una foto al camión al sol", dice; y Robert Frank se lo agradece ... agazapándose por las afueras de Savannah por la mañana con su cámara que todo lo ve... el Dos Passos de los fotógrafos americanos.
Investigamos estaciones de autobuses, captamos a un viejo muchacho del sur con sombrero de alas caídas esperando en la Puerta Uno de la estación señalando un mapa de carreteras y diciendo "no sé dónde va esta línea" ¡La nueva aristocracia del sur! gritan mis amigos al ver esta foto.

La noche, y Florida, la solitaria noche de la carretera con señales blancas como la nieve en un cruce desértico señalando cuatro ilegibles direcciones a ninguna parte, y los coches fantasmas que se acercan. Y las tiendas de regalo de la carretera de Florida de noche, pelícanos de arcilla pegados a la hierba, fáciles al negocio pero no al ser fotografiados de noche contra los faros de los coches que se aproximan camino del norte.
Un estacionamiento de camiones... una piscina... musgo español ondeando desde viejos árboles... y mientras rondamos para fotografiar un pony blanco atado junto al agua divisamos cuatro ranas encima de un bastón que flotaba en la cerúlea agua... fijaos bien y juzgad vosotros mismos si las ranas están meditando. Un camión casa melodía, con canarios en la jaula de la ventana, y un poco más abajo de la carretera, el inevitable zoo de Florida al lado de la carretera y el viejo camión echando un sueño de mil años y demasiado perezoso para sacudir el morro cornudo y quitarse las cáscaras de cacahuetes de los ojos y del hocico... holgazaneando en su salsa. Otros estacionamientos de camiones, más lóbregos, como el de Yukon en Florida, la motora fuera de borda sobre ruedas, lista para el viaje, el depósito de butano, la hamaca nueva al sol, el columpio de lona del niño, la lánguida y bonita esposa asomándose, con el cigarrillo en la boca... más allá de su ondulada hierba y sus marismas.

Ahora estamos en Florida, vemos la señora del vestido estampado en un drugstore de las afueras de Orlando, Florida, mirando las postales floreadas del estante; ya que ha conseguido por fin ir a Florida es hora de mandar postales a Newark.
Domingo, carretera de Daytona Beach, los chicos de la fraternidad en el Ford con los pies desnudos encima del salpicadero, quieren tanto al coche que incluso en la playa se tumban encima de él.
Los americanos, no se les puede separar de sus coches ni siquiera en la playa natural más bonita del mundo, donde toman magníficos baños de sol prácticamente debajo de las sartenes de aceite de sus perpetuos coches nuevos... Los Salvajes en sus motocicletas, con camisetas, botas, gafas oscuras, pantalones deshilachados y las motos con un trabajo de pintura de locos, y más allá, la confusión de los coches junto a las olas. Otro "salvaje", no tan salvaje, hablando educadamente desde la moto con una familia joven tumbada en la arena al lado del coche... al fondo otros apoyados en los parachoques de los coches. Críticos de la fotografía de Frank le han preguntado "¿Porqué hace tantas fotos de coches?". El responde, encogiéndose de hombros, "Es lo único que veo por todas partes... miren ustedes mismos".
Miren ustedes mismos, las olas del Atlántico un día suave bañando la dura arena plana color de perla, por donde quiera que mires, coches, Cadillacs de aletas de pescado, una joven con un niño en la brisa entre diez coches, o familias completas bajo mantas extendidas de coche a coche acampados frente a moteles horribles.

La última gran foto, Mrs. Jones de Dubuque, Iowa, llegada desde mil quinientas millas sólo para volver la espalda al océano y sentarse tras el maletero abierto del coche de su marido (vendedor de coches), aburrida en medio de las mantas y de las ruedas de repuesto.
Una lección para cualquier escritor... seguir a un fotógrafo y mirar aquello a lo que él dispara... me refiero a un gran fotógrafo, a un artista... y cómo lo hace. Resultado; cualquier cosa que sea, es América. Es la carretera americana y te abre los ojos continuamente.

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*1 Jack Kerouac. Escritor norteamericano.
Texto del catálogo Robert Frank, Fotografías/FiIms 1948/1984. Valencia, España /1985

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