miércoles, 1 de agosto de 2007

Las brasileñas lideran los cambios I

parte I
Lic. Silvia Heger

Brasil es una fantástica amalgama de europeos más africanos más asiáticos del cercano y del lejano oriente, más un gran número de etnias locales. Fácil es imaginar que el patriarcado fue el rasgo caracterizador para toda esa compleja sociedad, pero sorprendentemente el arte del siglo XX en Brasil fue liderado por mujeres.

Efectivamente, a partir de una exposición de Anita Malfatti en 1917 y sobre todo después de la Semana de Arte Moderno en 1922 en Sao Paulo -una semana que se constituyó en un hito nacional- ciertas mujeres notables protagonizaron casi todos los movimientos de renovación en el arte oficial brasileño: Tarsila do Amaral, Maria Martins, Lygia Pape, Lygia Clark y la nombrada Anita Malfatti. Casualidad? Quizás algún conjuro misterioso y una disponibilidad favorable que permite que aun hoy se hable de la impresionante influencia creativa de las mujeres brasileñas.



Anita Malfatti (1889-1964) impuso la modernización de la pintura gracias a sus viajes de estudio a Europa y los Estados Unidos. Esos años de inmersión en la cultura occidental le proveyeron una formación sólida y una noción de contemporaneidad que a comienzos del siglo XX no se percibía en Brasil. La exposición de las obras tempranas de Anita en Sao Paulo, en 1917, tuvo una soprendente repercusión por el lenguaje expresionista inusitado en la época, y más allá de la descalificación de grupos conservadores, contó con la aprobación de un conjunto de intelectuales que la siguieron, al punto de generar el acontecimiento faro que fue la Semana de Arte Moderno en el año 1922. A partir de ahí, todo cambió: Brasil ya había empezado a vibrar al ritmo del siglo XX. Para completar la renovación, llegó Tarsila do Amaral, otra mujer férrea que se convirtió en la gurú de una estética local única y admirada en todo el mundo.





Tarsila do Amaral también estudió en Europa (entro otros, se formó con André Lhotte, el mismo maestro que nuestra Raquel Forner). Al regresar a Brasil, Tarsila logró ejercer en la plástica una presión muy fuerte, aunque no estaba sola. Contaba con la facilidad básica de haber nacido en una familia muy rica, lo que siempre provee una buena plataforma de lanzamiento, importantes conexiones y reconocimiento de liderazgo.
Luego, recibió el apoyo de su marido, el poeta Oswald de Andrade, y ambos, junto a Anita Malfatti, construyeron un equipo que motorizó la producción cultural brasileña hacia nuevas propuestas. Andrade dio soporte ideológico al estilo de Tarsila, el programa estético que llamaron ANTROPOFAGIA y que otorgó especificidad y nombre propio al nuevo arte de Brasil.

La estrategia de Tarsila consistía en la articulación de arte ingenuo local con cubismo, de manera de plasmar un camino nuevo, la antropofagia o
canibalismo: "devorar influencias fuera, digerirlas cuidadosamente y convertirlas en algo nuevo" define claramente Edward Lucie-Smith (Arte Latinoamericano del siglo XX).

Ahora bien, desde la perspectiva de género, puedo preguntarme si la producción de Anita Malfatti y de Tarsila do Amaral es de carácter feminista. Creo que no, que no son obras elaboradas deliberadamente alrededor de este tema. Mi convicción es que la intencionalidad estaba puesta en la generación de un estilo compatible con la noción de "brasileñidad", dentro de pautas plenamente legibles por espíritus de la vanguardia europea. Sin embargo, de la obra de ambas artistas -y sobre todo de la de Tarsila- emergen signos que se vinculan con mitos muy antiguos que trabajan la noción de mujer. Pienso en las extrañas figuras de mujeres y de lunas que dominan algunos de sus cuadros -Abaporú (visita ineludible en el MALBA porteño), Antropofagia, La luna-, que recuerdan las imágenes de relatos míticos sobre mujeres-diosas, mujeres identificadas con la tierra, almas nutricias generadoras de vida, la luna como símbolo de la fertilidad. Al ver las descomunales figuras femeninas de Tarsila recuerdo las descomunales figuras en pequeñísima escala de las "venus" prehistóricas, como al de Willendorf. En realidad, Tarsila no llegó a conocer estas figuras por razones cronológicas, pero sin embargo sus obras estén penetradas de los mismos conceptos, quizás por esas misteriosas y espontáneas transmisiones endoculturales que alimentan y dan forma
a la fantasía.

En síntesis, Anita Malfatti y Tarsila do Amaral, sin haberse propuesto deliberadamente plasmar problemas ideológicos sobre la cuestión mujer, fueron las más profundas y exitosas renovadoras de la plástica brasileña. Corresponde también elogiar a la mayor parte de la crítica brasileña de sus tiempos, que nunca invisibilizaron a estas dos inmensas mujeres, actitud gratamente sorprendente por lo poco habitual entre sus colegas europeos y americanos.


Lic. Silvia Heger

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