( Parte 2)
Por Lic. Silvia Heger *1
LA PINTURA
Durante la Edad Media muy pocos judíos se dedicaron a la pintura. Seguramente la prohibición bíblica de fabricar imágenes determinó esta limitación. Pero además, los gremios de artesanos, integrados exclusivamente por cristianos, impedían estrictamente el ingreso de los judíos a sus actividades.
Los de la Edad Media fueron tiempos duros, aunque contradictorios, para las comunidades de origen hebreo en Europa. Tuvieron que sobrevivir realizando limitadísimas actividades lucrativas, y con la rigurosa interdicción de realizar tareas manuales. En cambio, sí podían dedicarse al grabado de medallas, crear objetos de su propio culto y construir sus propias casas y sencillas sinagogas -sencillas por fuera, porque por dentro, en las comunidades poderosas, el lujo de los templos era ostentoso.
En la larguísima Edad Media europea la mayor parte de las pinturas y esculturas estaban
dedicadas a la difusión de la religión cristiana, lo que explica la imposibilidad de los judíos de acceder a los gremios de artistas. Pero ya en tiempos de mayor apertura religiosa, sobre todo en aquellos lugares donde la burguesía tomó posiciones económicas y sociales de importancia creciente, y donde el catolicismo cedió espacio frente a la Reforma, los judíos con vocación de artistas empezaron a realizar trabajos de cierta relevancia. Esto debe interpretarse como un ablandamiento respecto de la aceptación del contenido del Segundo Mandamiento. Así es que se conocen trabajos de pintores discípulos de Rembrandt, por ejemplo, en Holanda, región plenamente burguesa por cierto.
Los finales del siglo XVIII europeo traen la emancipación de los judíos de Europa, esto es: la paulatina adquisición de derechos ciudadanos.
Este hecho trascendental posibilitó una apertura en el sentido de la creación plástica, porque implicó, para muchos, un debilitamiento en la rígida observancia de los mandamientos religiosos. Esta nueva realidad fue fecunda no sólo para los que tenían deseos muy vivos de dedicarse a la creación artística, sino también para los que deseaban coleccionar obras de arte e, incluso, hacerse retratar por los pintores del momento -costumbre muy divulgada entre las familias adineradas europeas y, ya en el siglo XIX, en los Estados Unidos.
París es, en el siglo XIX, el centro de la actividad artística del mundo occidental. Surge y se afianza una nueva escuela: el impresionismo, expresión específica de la clase media, no de la aristocracia ni de las instituciones de gobierno, como había sido el arte hasta principios de ese siglo. Por eso es que empiezan a sumarse, poco a poco, nombres de artistas judíos. El pintor impresionista judío más importante es Camille Pissarro,(*2) nacido en las Antillas danesas, de padres adinerados.
Pintor muy importante, educado en París, llevó el Impresionismo a Inglaterra cuando tuvo que huir de Francia por las guerras de la Comuna. Pero Pissarro era esencialmente un anarquista de profundas convicciones, y no se planteó su identidad ser judía, salvo cuando, a raíz del affaire Dreyfuss, (*3) tomó partido decididamente en contra del antisemitismo francés.
Hubo interesantes pintores judíos que exportaron el impresionismo desde Francia a otros países, como Holanda -como Josef Isreals, venerado como gloria nacional en ese país-. y como para sellar la importancia de los artistas judíos desafectados del Segundo Mandamiento, vale recordar la figura de Max Liebermann(*4), artista alemán de religión judía, quien en 1919 fue elegido presidente de la Academia de Bellas Artes de Berlín, posición de real envergadura que conservó hasta el ascenso de los nazis.
Durante el siglo XX se produce la explosión del talento pictórico judío. Los artistas surgen hasta en los guettos y pueblos del este de Europa, los Balcanes, América del Norte, y el objetivo es París. París "era una fiesta" a comienzos del siglo XX y reunía en sus barrios legendarios a los que dieron forma y alma a todas las expresiones del arte, la literatura y la música de este siglo.
Allí, en París, se fueron reuniendo todos los artistas judíos que huían de sí mismos, de las estrécheles económicas y las estrécheles religiosas de su pasado, en busca de libertad para su espíritu creativo, su imaginación liberada.
Amadeo Modigliani, Jures Pascin, Chaim Soutine, Jacques Lifschitz, Max Weber , todos nombres absolutamente insoslayables en la historia grande del arte universal, tuvieron origen y formación hebrea, y este origen común, esa historia ancestral en común, los mantuvo unidos durante su vida, autoprotegidos de las agresiones de un mundo que, como todos sabemos, llegó a un insensato intento de aniquilación total.
Los judíos conformaron el Grupo Expresionista de la Escuela de París. El expresionismo era un nuevo lenguaje que permitía volcar la desesperación interior, el desasosiego del alma, a través de formas distorsionadas, colores no realistas, figuras alteradas y desesperadas. El expresionismo se aleja de lo real para presentar y provocar en el espectador el sentimiento del espíritu, el sufrimiento moral, el dolor inconmensurable de un destino de perseguidos.
Entre 1910 Y 1913 llega a París un importante número de artistas judíos del este, muy jóvenes y decididamente rupturistas con sus tradiciones más rígidas. Después de la Primera Gran Guerra se vivía en París una cierta prosperidad económica pero se respiraba un creciente enrarecimiento conservador y nacionalista xenófobo (ya había pasado el affaire Dreyfuss, pero el sentimiento antijudío seguía aumentando).
Los judíos eran, sin embargo, muy celebrados por dealers y coleccionistas que estimularon su popularidad y éxito comercial, aunque mucha gente, críticos ultranacionalistas y ricos aristócratas, no dejaban de llamarlos "los hebreos", incluso a Modigliani y a Pascin, cuyas conductas, personalidad y obras no tenían la más remota conexión con lo judío.
Estos artistas provenían de orígenes ricos y pobres, ortodoxos y liberales, y sus estilos eran muy variados. Los únicos que trabajaron temas judíos fueron Mané-Katz y Marc Chagall. Pero hay fuertes connotaciones judías, de dolor, de alma, de pasión, en las obras de Soutine y del americano Max Weber. Este Grupo de París constituyó un conjunto muy fecundo, muy vibrante, y de gran influencia artística hasta hoy.
En París se empezó a sentir con fuerza el influjo nazi a mediados de 1930. En 1937 los nazis organizaron en Munich la muestra de arte degenerado, que incluía todas las obras de vanguardia, tanto de judíos como de no judíos. Se destruyeron muchísimas obras, pero los jerarcas nazis con buen gusto y visión estética, robaron para sí la mayor parte de las obras de arte pertenecientes a familias judías (actualmente hay un proceso abierto de restitución de obras de arte a sus familias poseedoras originales, o sus herederos, pero es un trabajo arduo que involucra a varios gobiernos europeos, bancos, nuevos poseedores, etc.). Muchos de los artistas judíos fueron muertos en campos de concentración, y algunos, muy pocos, lograron escapar y radicarse en los Estados Unidos, donde contribuyeron a la consolidación de una de las escuelas pictóricas más originales y fuertes de este siglo, la Escuela de Nueva York.
Pasados los años de locura nazi, el arte de los judíos en Europa fue tomando una posición más y más integrada al devenir orgánico, natural, de los países donde vivían. ¿Y qué pasa con el Segundo Mandamiento? En aquellos grupos minoritarios de dominio religioso ortodoxo, el Segundo Mandamiento es respetado con un rigor no registrado ni siquiera en la Edad Media, época en la que, según vimos, se realizaron preciosas iluminaciones de los más sagrados textos. Se trata de una vertiente religiosa que inhibe, indudablemente, la vocación por el arte tanto para los creadores como para los contempladores.
Paralelamente, sin embargo, hay corrientes de pensamiento de gran amplitud que posibilitan el desarrollo de los talentos personales y estimulan la apreciación y la fruición del arte. En Israel, país donde el judaísmo es religión oficial, existe una comunidad artística de gran predicamento, muy moderna, muy vanguardista, totalmente inmersa en la problemática estética y al resguardo de cualquier intervención de corte religioso.
COLECCIONISTAS DE ORIGEN JUDIO
Indudablemente el Segundo Mandamiento fue formulado en tiempos en que no se soñaba siquiera con la propiedad privada de obras de arte. Sin embargo, ciertos aspectos de la ley remiten a la idea de que poseer imágenes, inclinarse ante ellas, o al menos admirarlas, parecería prohibido, por la proximidad con la idea de inclinarse ante ídolos.
No fue respetado este Mandamiento por las familias judías europeas que lograron hacerse de un patrimonio y, por ende, de un espacio social envidiable. En rigor, durante los larguísimos siglos en que los judíos no fueron reconocidos como ciudadanos de los países europeos en que vivieron, pocas fueron las familias que lograron amasar fortunas. Tampoco fueron muchas las familias judías ricas asentadas en Turquía y en otros lugares del Cercano Oriente.
Entre esas contadas familias, los Rothschild ocupan un sitio de importancia indiscutible. Son de origen alemán, poderosos banqueros desde el siglo XVIII y están ahora en Gran Bretaña y Francia (de Austria y Alemania tuvieron que salir a raíz de la persecución nazi). Poseen algunas de las pinacotecas más notables del mundo, y son mecenas protectores de las artes igualmente importantes. Muchos de sus magníficos cuadros, en épocas de la Segunda Guerra Mundial, fueron rapiñados por los nazis, entre ellas un maravilloso Vermeer. Esta obra les fue restituida después de un largo proceso, pero con la obligación de colgarlo en el Louvre, lo que fue diligentemente cumplido. De manera que uno de los dos únicos Vermeer que posee el Louvre es, en realidad, propiedad de la familia judía Rothschild.
Pero junto a historias muy placenteras relacionadas con el arte y el coleccionismo, hay
algunas cuyo destino trágico debe ser recordado. Es el caso de los Camondo, (*5) una familia de fastos casi operísticos, banqueros turco-judíos que, a mediados del siglo XIX se trasladaron a Francia con el objeto de llevar una vida tan ostentosa como los Rothschild. Nunca dejaron de seguir puntualmente los mandatos judíos en cuanto a alimentos, fiestas y ayunos, matrimonios y beneficencia; al mismo tiempo se construyeron un espléndido palacio en París, lo llenaron de obras de arte, y para congraciarse más aún con los franceses, donaron todo Francia. Tuvieron
algunas defecciones internas (divorcios inesperados, abandonos matrimoniales por amantes cristianos, fertilidad casi nula). Un hijo del patriarca de la familia murió por su nuevo país en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, cuando los nazis ocuparon París y el gobierno francés se había vuelto absolutamente colaboracionista, nadie dudó en denunciarlos y enviarlos, primero a Drancy y luego a Auschwitz.
De nada les sirvió a los pocos viejos Camondo que vivían en el magnífico palacio parisiense, haber legado la colección de arte a su país de adopción. Fueron aniquilados sin piedad en las cámaras de gas. Ahora, el Palacio Camondo forma parte del patrimonio del estado francés, y cualquiera puede visitarlo. Incluso un cibernauta que navegue por la Ciudad Luz, accederá a este espléndido sitio de tan triste historia.
Pero como el arte es, en definitiva, resplandeciente, quedémonos con Marc Chagall.
De todos los expresionistas judíos del grupo parisiense de principios de siglo, nadie relató la vida y el espíritu con más alegría que Chagall. El también distorsionó formas y colores, hizo volar a las personas y puso ropa y barba a los ángeles.
Quedémonos, entonces, con las imágenes maravillosas del techo de la Opera de Paris, el
Palais Garnier, que Marc Chagall, este inmenso judío profundamente humanista y ecuménico, iluminó -en todos los sentidos de esta palabra- para la eternidad, y para todos los hombres con buena voluntad, exquisito gusto y espíritu generoso.
FUENTES CONSULTADAS:
-Hebrew Manuscript Painting, de Joseph Gutmann, Editorial George Braziller, Inc.,
1978.
-Pintores y escultores judíos, De Kart Schwarz, Editorial Israel, 1950.
-Los judíos de Europa, de E. Romero Castellón y U. Macías Kapón, Editorial
Anaya, 1994.
-El pueblo judío, de Max Wurumbrandt y Cecil Roth, Editorial Massada Press, 1970.
-Manual de la historia judía, de Simón Dubnow, Editorial Sigal, 1977.
-Chagall, de Raymond Cogniat, Editorial Flammarion, 1968.
-DIE DARMSTADTER PESSACH- HAGGADAH. Edición crítica y edición facsimilar del códice original del siglo XV. Edición realizada en la Imprenta de Bruno Italiener, Leipzig, 1927.
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*1 Silvia Heger: Profesora en Letras egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fue coordinadora docente y directora de estudios del Instituto de Estudios Superiores de Buenos Aires (Profesorados). Es docente de la cátedra de Redacción del Instituto Argentino de Secretarias Ejecutivas. Dicta cursos en empresas privadas, tales como Mobil Argentina S.A., TotalFinaElf, Motorola Argentina S.A., Grupo Techint, Mitsui Argentina, etc.
*2 - Camille Pissarro, Saint Thomas, 10 de Julio de 1830 - París, 13 de noviembre de 1903.
*3 - El Caso Dreyfus fue un escándalo político francés que tuvo lugar entre la última década del siglo XIX y la primera del sigloXX ( 1894 - 1906); cuando se acusa , sin pruebas, de espionaje al militar judío Alfred Dreyfus. Este episodio dividió a la sociedad francesa de la época y es la marca histórica de antisemitismo francés.
*5- ver Vida de La flia Camondo
*6- ver Museo Palacio Camondo