Silvia Heger *1
MARINA NUNEZ DEL PRADO (1909-1995) fue una escultora brillante por dos motivos: por su talento intrínseco, y por los cambios que impulsó. Fue una verdadera madre artística de muchos otros escultores que la continuaron: rompió tradiciones, instauró nuevos estilos, trabajó con materiales no habituales. No quiso ser localista, y de hecho se reconocen en ella los grandes aportes de la escultura europea practicada por Hans Arp, Brancusi, Henry Moore. Pero la crítica boliviana logra ver en sus torsos, sus montañas, sus animales, el genuino espíritu de la cultura andina.
La mayor parte de su obra, la realizó Marina en tiempos en que la situación de la mujer, tal como Occidente lo planteaba, no se presentaba como una problematización en Bolivia, de modo que ella no se propuso a sí misma como lider de la lucha en este sentido. Ella trató de ocupar un lugar de valorización equiparable al de sus colegas hombres, y su preocupación excluyente era la búsqueda de calidad.
Fue artista antes que mujer-artista, artista absoluta con independencia total del género.
MARIA LUISA PACHECO (1919-1982) es la figura magistral de la pintura boliviana. Es la figura de auténtica resonancia internacional, la que inventó una manera distinta de traducir en imágenes la atmósfera mineral boliviana.
María Luisa Pacheco pertenecía a una familia acomodada, lo que le permitió hacer el viaje de estudios a Europa y luego, mediante una beca Guggenheim obtenida en 1952, pasó varios años en Nueva York. Por entonces, María Luisa intentaba crear un lenguaje que articulara la realidad local con procedimientos considerados modernos. Con su viaje al extranjero, su estilo se fue depurando hasta lograr características sumamente personales, a fin de plasmar una imagen visual que, aun dentro de la abstracción, expresara inequívocamente el paisaje andino.
Cuando leemos cualquier historia del arte boliviano -hay pocos textos, en verdad-, surgen en primer plano varios nombres masculinos cuya obra repite fórmulas tradicionales de lejano origen español: escasamente importantes. Pero quienes pusieron el arte de Bolivia en un circuito internacional, quienes produjeron una obra de calidad que permite que hoy en día sea valorada más allá de las fronteras de su país, fueron dos notables mujeres: Marina Núñez del Prado y María Luisa Pacheco. A ellas voy a referirme, para rendirles el merecido tributo.
MARINA NUNEZ DEL PRADO (1909-1995) fue una escultora brillante por dos motivos: por su talento intrínseco, y por los cambios que impulsó. Fue una verdadera madre artística de muchos otros escultores que la continuaron: rompió tradiciones, instauró nuevos estilos, trabajó con materiales no habituales. No quiso ser localista, y de hecho se reconocen en ella los grandes aportes de la escultura europea practicada por Hans Arp, Brancusi, Henry Moore. Pero la crítica boliviana logra ver en sus torsos, sus montañas, sus animales, el genuino espíritu de la cultura andina.
La mayor parte de su obra, la realizó Marina en tiempos en que la situación de la mujer, tal como Occidente lo planteaba, no se presentaba como una problematización en Bolivia, de modo que ella no se propuso a sí misma como lider de la lucha en este sentido. Ella trató de ocupar un lugar de valorización equiparable al de sus colegas hombres, y su preocupación excluyente era la búsqueda de calidad.
Fue artista antes que mujer-artista, artista absoluta con independencia total del género.
MARIA LUISA PACHECO (1919-1982) es la figura magistral de la pintura boliviana. Es la figura de auténtica resonancia internacional, la que inventó una manera distinta de traducir en imágenes la atmósfera mineral boliviana.
María Luisa Pacheco pertenecía a una familia acomodada, lo que le permitió hacer el viaje de estudios a Europa y luego, mediante una beca Guggenheim obtenida en 1952, pasó varios años en Nueva York. Por entonces, María Luisa intentaba crear un lenguaje que articulara la realidad local con procedimientos considerados modernos. Con su viaje al extranjero, su estilo se fue depurando hasta lograr características sumamente personales, a fin de plasmar una imagen visual que, aun dentro de la abstracción, expresara inequívocamente el paisaje andino.
La de este artista fue una larga lucha en lograr capturar atmósferas y colores para transfigurarlos luego en estilizadas construcciones universales. Dice el crítico Leopoldo Castedo (Historia del arte iberoamericano): "El análisis que María Luisa hizo de las teorías y facetas a la sazón favoritas en Nueva York fue mucho más de contenido que de forma, de ideología que de episodio. No sólo no siguió la moda formal sino que, al hacerse allí más boliviana aún, su tarea consistió no en abstraer forma en la línea purista de Kandinsky, sino en abstraer la naturaleza, 'su' naturaleza".
Desde un abordaje femenino, descubro en algunas de las obras de Pacheco ciertas características propias de su condición de mujer. Me refiero a la serie de "Palliris", un conjunto temático que constituye una producción de específica esencia boliviana. Las palliris son las mujeres que recogen y seleccionan los escombros de las minas, tarea femenina humilde, sin riesgo ni heroicidad, que sólo exige paciencia y manos muy entrenadas, tarea que es casi un emblema de la organización hombre-mujer en sociedades patriarcales.
Estas humildes palliris han encontrado un sitio de homenaje en el arte a través de una artista femenina, testimonios hechos desde la propia identidad de género que provoca una relación de empatía con otras modestísimas mujeres de su país forzadas a una actividad de bajo reconocimiento.
En estos últimos 30 o 40 años han surgido muchas mujeres bolivianas que se ocupan de producir arte con seriedad y entusiasmo. Hay ceramistas y tapicistas que recogen los materiales tradicionales: barro cocido, arpilleras, maderas, metales elementales, y los reelaboran dentro de una visión innovadora.
Hay mujeres bolivianas que se apropian de los estilos que atraviesan el arte occidental: algo de geometría, algo de surrealismo, incluso algo de erotismo. Tratan de ocupar un sitio en el mercado internacional, con una actitud proactiva más poderosa que la sus colegas hombres. Se las reconoce por ciertos rasgos de estilo, en particular por el tratamiento del color: saturado, intensísimo, audaz, tal vez como consecuencia de vivir bajo un cielo de luminosidad cenital.
Ahora bien: necesitan las artistas bolivianas una comunicación más fluida con los mercados latinoamericanos, hacerse conocer y reconocer, estar presentes en ferias, museos y hasta en colecciones, estar visibles en las mentes de los que amamos el arte. Tienen ellas una visión plástica muy interesante, una concepción de la luz muy original, un repertorio temático distinto. Pero les faltan políticas culturales locales y continentales que las acerquen a nuestra mirada. Merecen ser visibilizadas.
Silvia Heger
No hay comentarios:
Publicar un comentario