Sin embargo no centraré la atención en los negocios, como hacen esos artículos, sino que ellos serán la excusa para mostrar otras facetas de Francis Bacon. Intentaré poner el foco en el hombre que creó esas imágenes que hoy se han convertido en mercancías valiosas.
Considero notable que en ninguno de los artículos publicados por la prensa que pude leer se haga alusión al contexto en el que fue pintada la obra y que apenas se hable de su autor. Lo relevante para los autores de estos reportajes y notas periodísticas son tanto el precio en que se vendió la obra como la cifra de las ventas globales realizadas por la prestigiosa casa de subastas y la maestría de los funcionarios que las concretaron. Verán también como se destaca la buena salud del mercado del arte, a pesar de la aguda crisis económica actual que alarma a gobiernos e instituciones, sin apenas referirse a esta faceta de la situación paradojal que se describe.
Francis Bacon fue algo escéptico en cuanto a la trascendencia de su obra. Escribe Michael Peppiatt, refiriéndose a los años 1975 – 1981: “los marchantes de Bacon trabajaban estratégicamente entre bastidores para promocionar su obra y sacarle el máximo rendimiento: se había convertido en uno de los pintores vivos más famosos, y esto se reflejaba ampliamente en los precios que alcanzaban sus cuadros.
Bacon continúo demostrando una visible indiferencia hacia el éxito. ‘El tiempo es el único crítico’, insistía cuando sus cuadros se vendían en las subastas por sumas millonarias. ‘Los precios no significan nada. Nadie sabrá si mis pinturas son realmente buenas hasta pasados otros cincuenta años’. Esta cita corresponde al libro Francis Bacon. Anatomía de un enigma, de Peppiatt. Editado en 1996, en Nueva York, y luego en 1999, por GEDISA, en castellano. Es una obra que recomiendo. Su autor conoció bien a Bacon, llegando a ser amigo suyo.
Con respecto a la obra que acaba de subastarse, Tríptico 1976, Peppiatt dice “La exposición más importante de Bacon en los últimos años de los setenta tuvo lugar en enero de 1977 en la Galería Claude Bernard de Paris. Habían pasado más de cinco años de la muerte de George Dyer, y aunque en apariencia Bacon había superado su periodo de luto y reanudado su jactanciosa actitud hacia la muerte y el diablo, los sentimientos de pérdida y culpa todavía lo acompañaban. […] La exposición de 1977 en Paris constituyó todo un episodio, que documentó fielmente el tormento y la confusión padecidos por Bacon desde su retrospectiva decisiva en el Grand Palais. Al igual que en Tríptico 1971 y Tríptico mayo – junio 1973, con su alucinante retrato de los últimos momentos de Dyer, prácticamente todos los cuadros elegidos evocaban aspectos del suicidio y del luto atormentado del artista. Retratos y autorretratos dieron paso a nuevos trabajos que crearon una tremenda excitación, no solo porque nunca se habían visto, sino porque mostraban la imaginación de Bacon trabajando a toda máquina. Tríptico 1976 venía a resumir la culpa que el artista sintió por la muerte de Dyer y también representaba una plataforma para su expiación.
Francis Bacon 1952 Por John Deakin Fotógrafo amigo de Bacon.jpgGeorge Dyer, circa 1960 Photograph by John Deakin. Collection Hugh Lane Gallery © The Estate of Francis Bacon
[…] Sin embargo, lo más seguro es que el cuadro verse sobre el amor sexual –ese ‘crimen’, como denominó Baudelaire, en el que uno está destinado a tener un cómplice- , y el sufrimiento que conlleva. Los dos paneles laterales claramente hacen alusión al deseo. El joven fantasma esta retratado en un biombo, como un ídolo del público; en el de la izquierda, está parcialmente desnudo, y en el de la derecha, mira fijamente dos cuerpos luchando, como si fuera un espectador. En el panel central, un par de pájaros –acoplados como los cuerpos en una sola imagen-, se lanzan en picado sobre un cadáver destripado. Como si de Furias se tratara, otras formas bestiales aparecen en la escena; una, sentada sobre una verja con colmillos al descubierto; otra, una de las pesadillas más extrañas de Bacon, presiona su grisácea masa amorfa contra un cristal transparente, como si saliera de entre bastidores ansiosa por unirse a la pelea central. Dos ofrendas, un cuenco lleno de entrañas y un cáliz rebosando sangre, completan la escena del sacrificio. El crimen, la culpa y el castigo están fuertemente representados en este cuadro magnífico. De nuevo como ocurría con asiduidad en el drama baconiano, el tiempo se ha detenido. No se vislumbra una secuencia entre paneles. El tríptico es una serie continua. De este estancamiento no hay consecuencias posibles, ni purificación de las pasiones turbulentas; es como si el artista, en su masoquismo tan arraigado, hubiera preferido el dolor permanente a la catarsis.”
Continua Peppiatt: “Con su fondo azul verdoso pálido, más glacial e implacable por las sombras rojo sangre y naranja, el cuadro provoca una reacción inmediata. Desde su retrospectiva en el Grand Palais [1971], Bacon se había hecho muy famoso en Paris, y una vez que los franceses le admitieron como nuevo héroe en el panteón cultural, su entusiasmo no conoció límites. Hubo mucha prensa, y el Newsweeck publicó en portada una fotografía del artista para anunciar ‘La gran exposición de Francis Bacon en Paris’. Durante la inauguración, la policía acordonó la calle de Beaux Arts para poder controlar las masas que se agolpaban en el Boulevard Saint Germain. En un par de horas, alrededor de ocho mil personas habían visitado el relativamente reducido espacio de la galería: el júbilo. Y también el pánico -o algo que estaba completamente fuera de control – recorrían la calle estrecha.”
Encuentro de gran lucidez esa última frase de la cita del texto de Peppiatt reproduje: efectivamente, algo estaba completamente fuera de control. Ese algo era la propia obra de Bacon: ella se había cosificado, reificado, transformándose en mercancía, en fetiche, fuera del control de su productor. El mismo Bacon muchas veces se quejó de la forma que sus marchantes llevaban las cosas y de la presión que ejercían sobre él para que diera cumplimiento a una producción ya acordada. Bacon no fue un pintor prolífico, y además destruyó muchos de sus cuadros cuando estos no lo satisfacían. Desde esos años los cuadros de Bacon han seguido subiendo de precio hasta llegar a esta cifra alcanzada este miércoles 14 de mayo: 86 millones de dólares por la obra que recién hemos descrito: Tríptico 1976.
El año que viene se cumple el centenario del nacimiento de Bacon. Los festejos ya han empezado, en Milán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario