sábado, 28 de abril de 2012

Marcelo Bordese / La cura por el arte

por Jorge Garnica*

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Una relación de presencia directa caracteriza al arte contemporáneo, teniendo al artista –en situación ideal- como único legitimador de su hacer. Y si tenemos en cuenta que no existe posibilidad de discurso en solitario, dado que toda posición estética no es hermética sino que pertenece al ámbito de lo pensable –contingente- , podemos concluir que observar la realidad con criterio esperanzador no sería una ingenuidad por parte de los artistas. Será un devenir ético, una aplicación superadora de posiciones solipsistas, que tanto caracteriza mucho de lo que vemos en las exhibiciones de arte contemporáneo por esta parte del país. Si nos remitimos a establecer relaciones de signo entre extremos conmensurables, encontraremos sosiego para nuestras inquietudes existenciales. Producir arte u objetos que documenten nuestros interrogantes sobre nuestro destino y origen, puede aportar a nuestras vidas un dinamismo que nos haga más tolerable lo ordinario de la cotidianeidad.

El arte del siglo XX, en las sociedades de corte capitalista, se ha caracterizado por la desmesura experimental y la apropiación de todo legado artístico, sometiéndolo al sistema de consumo. Sobre cada letra escrita, sobre cada objeto creado, se ha volcado la lógica del mercantilismo atrapando con sus seudópodos todo aquello que le dé prestigio, y si el artista, o intelectual, ha sufrido, mejor.

Hoy el arte contemporáneo exhibe, por estas latitudes, su melancolía (esto no es un estado condenable, pero sí complejo si no se lo entiende); nutre al escepticismo y su consecuencia: el desencanto. Los promotores de turno (teóricos, curadores, art dealers, etc.), tratan de demostrar que es “tan bueno” como el de otra parte del planeta. Argumentan sin sustancia ya que la estructura ideológica que los alimenta es banal. No hay pensamiento, sólo subordinación a los textos en boga y obsecuencia a las directivas centrales, que pueden venir de Nueva York o Colonia; tal vez pronto nos llegue del dinero de Oriente; hay excepciones, claro… En estos términos siempre seremos subvaluados en los mercados; por ausencia de ideología y pensamiento crítico en lo que se produce. No alcanza con demonizar logos comerciales o condenar los atropellos a los derechos humanos, si después soñamos con París. El arte es producción humana, registro de una cultura, circula en escenarios locales, primero, y con ese reconocimiento se proyecta al exterior. Como parte de un país que se identifica con sus creadores; sería deseable.

La proyección de cualquier utopía se hace impensable en estos tiempos, y es una nueva situación que debemos resignificar, ya que nos encontramos frente a la posibilidad de construir nuestra propia verdad. La palabra utopía encierra en su núcleo un germen de imposibilidad, así en el plano etimológico como en el pragmático, evidenciando su carga de frustración. Pero sí, es viable darle cause a nuestra imaginación e inventar nuevos espacios de pensamiento, sometiendo a examen y análisis todo presupuesto teórico y vivencial.  A nuestro alrededor los paradigmas caen y los íconos emancipatorios nutren las tiendas, los bazares y hasta las epidermis de los modelos publicitarios, retratados para los bookers del mundo fashion. La religión no ha estado ajena a estos vaivenes, la cristiana en particular, pues nunca deja de proporcionarnos posiciones controversiales, grotescas, a diario, minando su propia credibilidad.

Su líder, Benedicto VI, y una legión de operadores religiosos a su alrededor, digitan los documentos que ponen en circulación, y “a consideración”, al mundo occidental. Exhiben al Sumo Pontífice en las comarcas de influencia; en sus últimos años de vida, tan sólo para la justificación de acciones políticas: optimizan vínculos comerciales que bajo la forma pastoral encierran estrategias de presión para no perder más poder. Así, escucharemos pedidos de clemencia para los pueblos oprimidos -siempre extemporáneos- y condenas a las libertades individuales bajo argumentaciones seudoespirituales; lo que nos llega como aporte de la Santa Sede. Viejo mundo.

Nos guste o no, la globalización se ha instalado, y con esta nueva realidad también encontramos que el pensamiento único se encuentra confrontado a posiciones críticas cada vez más esclarecedoras, oponiéndose al oscurantismo religioso del Vaticano. Queda claro que es difícil sostener tales paradigmas anacrónicos; hay más explicaciones lógicas para sostener un argumento en contra de una posición dogmática, que argumentaciones racionales para defender el sentido de una creencia. El refugio de la verdad revelada no parece ser satisfactorio en estos tiempos. El “porque sí” es útil para un artista, excepto para aquellos que intenten explicar una creencia religiosa. Deberán argumentar con más solidez. Hoy la fe es analizada por el campo intelectual con rigor, a la vez que con respeto, ya que también representa la sensibilidad de millones de seres humanos.


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No podría comenzar a referirme a la obra de Marcelo Bordese, sin expresar mi mirada de asombro frente a lo que podría presentarse como una producción anacrónica; y que en realidad, no lo es. Marcelo vive y está aquí entre nosotros, se cruza a nuestro paso en cualquier exposición y está junto a nuestra vida como cualquier amigo que encontramos en un supermercado o en una feria de arte. El está entre nosotros, es un artista argentino y pinta obras religiosas referidas a Cristo, a los sexos; los genitales reales y las perversiones más variadas. Los temas en los que bucea constituyen la preocupación de los moralistas, los santurrones y los políticos enmascarados; tratándolos con gracia, impertinencia y dramatismo.

¿Por qué Bordese se dedica a estos temas negados y ocultos por todo sistema? Al preguntármelo me surge una respuesta sencilla: para subvertirlos con su mirada de pintor. No exorciza monstruos, sino que como artista, concilia fuerzas discursivas propias - intolerables-, confrontándolas con una otredad que viola su ser y, si nos exigimos en análisis, el nuestro también.

En su adolescencia fue seminarista de una congregación franciscana croata, donde, lejos de persuadirlo para que desista de sus impulsos creadores, lo estimularon a que dé rienda suelta a sus delirios creativos, algunos de sus pares se constituyeron en sus primeros coleccionistas para luego diseminar sus obras en distintas colecciones europeas. Más tarde continuaría su vocación en el colegio de Jesuitas de San Miguel, para orientarse más firmemente hacia un humanismo universal, característico de esa congregación. Siempre ligado a un afán investigativo, riguroso, alternó su indagación entre escritos canónicos diseñados para la divulgación de la doctrina cristiana y otros profanos que sus compañeros le proporcionaban. Analizó la obra pictórica de los clásicos y las cotejó con escritos de ensayistas exégetas de la iconografía pagana antigua; finalmente optará por su propio relato: una malversación feliz de los tópicos que constituyeron su formación judeocristiana.


Tan pronto se liberó de los condicionamientos que conlleva el aprendizaje del oficio de pintor, Marcelo Bordese comienza a revelarse en sus trabajos como un erotómano de lo sagrado, concentrándose en un proceso creativo desmitificador y subversivo de los estereotipos icónicos que la iglesia despliega para seducir y condicionar a sus fieles. Milenios de narrativa oral y escrita alimentan el imaginario religioso, que tiene, en ese libro fabuloso llamado Biblia, su código de control de millones de almas en el mundo. Es una tecnología desplegada a lo largo de siglos; pero sería ingenuo pensar que no nos toca por declararnos ateos o agnósticos. No, su poder y protagonismo cultural es vastísimo, y aunque arcaico en su concepción, su dinámica discursiva, vigente, gobierna los modos de relaciones sociales en gran parte del mundo: el occidental y cristiano, como les agrada definir a los dictadores.

Por vía directa, o introyectado por el modelo moral imperante, los actos menos sospechados de nuestra vida, están bajo este signo. La entrega, -“dar hasta que duela”-, recuerdo estas palabras de la boca de un diácono; el olvido de sí mismo, la negación tanática del cuerpo, lo sacrificial como via regia; tienen como desenlace la culpa y la consecuente pérdida del erotismo, fragmentando al alma y su materialidad física: el cuerpo. En esto se funda y sostiene este poder casi omnímodo, que crea dependencia entre el espíritu de sus adeptos y la institución normativa que los rige: la Iglesia. Dependencia y sumisión que dará como resultado almas controladas, “Siervos de Dios” que ostentarán como emblema unificador un instrumento de tortura; eso es la cruz. Si nuestro cuerpo nos demanda ¡cómo escucharlo!, si a la hora de tenerlo en cuenta lo sentimos constreñido, maniatado, demonizado, atado con palabras; aun en el siglo XXI.

Durante los noventa Bordese ha pintado siempre con ironía y juego de artista, sus obras constituyen testimonio de su rebelación”, arremete contra los íconos consagrados. Recuerdo obras a las que cotejó con Walt Disney (Padre del comic animado que basó su éxito artístico sobre la supresión de sus colaboradores, lo único que debía importar sería su empresa, la de ÉL); o poniéndolas en tensión y diálogo con los transgresores más conspicuos del arte moderno, como Francis Bacon, e inventando instrumentos imposibles para eventuales usos inquisitivos. Sus pinturas transitan la ironía tamizada por su experiencia de seminarista y el conocimiento profundo de la retórica del discurso religioso.


En el año 2002, en el espacio alternativo Plastilina Vera, exhibió por primera vez su serie de pinturas “Vampiros genitales”, aquellas obras de factura elaborada, enmarcadas a la usanza decimonónica y de aspecto museístico, mostraban con crudeza sexos -en su mayoría femeninos-, entrelazados con osamentas y elementos típicos de la liturgia católica. Aquella producción, de corte paródico, fetichista, clásica en su esencia, constituía un dislate liberador de su yo. Hoy sus obras continúan acentuando su transgresión, incomodando al observado llevándolo al límite de su tolerancia. Representaciones donde la blasfemia toma carácter didáctico, nos recuerdan las obras que pueblan los pasillos de las sacristías y las ilustraciones de los antiguos textos bíblicos, sin embargo el tono es contemporáneo. Artista moderno, sus operaciones estéticas son ejercicios plásticos que se desarrollan dentro del paradigma posmoderno; si esto es posible por estas latitudes.

En los últimos años sus obras no han variado de tópico, sino que presentan un endurecimiento temático que revelan depuración semiótica (algo que se produce con el correr de los años en el trabajo de un buen pintor).

Las obras que se presentarán en Espacio Perotti, son inéditas. En una charla el artista nos habló sobre ellas y dio algunas pistas sobre el giro creativo que lleva adelante. La muestra se llamará El Bosque de Los Desprecios, las pinturas serán Madonna con infantes, El niño enfermo, El beso de Judas, Calígula y sus hermanas, entre otras. Un texto escrito por el pintor acompañará la exhibición, lleva por nombre La Savia; prosa condenatoria, romántica en su esencia: señala el olvido del hombre por su lugar original. Nos convoca a repensar nuestra manera de instalarnos en el mundo. La falta de nostalgia por la naturaleza es el indicio que el hombre ha perdido el sendero primero. Apocalíptico.

Su producción es remedio y paliativo de soledad y pánicos infantiles. ¡Quién, de infante, no se ha sentido intimidado en su naturaleza por el horror del infierno prometido si se alteraba el pensar de los mayores! ¿El soporte? … ese libro terrorífico que enferma. El Arte: la verdadera religión y cura.



* Jorge Garnica en Plastilina Vera [plastilina.ver@gmail.com]

El Bosque de los Desprecios
De Marcelo Bordese
Ver muestra >>>http://www.arsomnibus.com/web/muestra/el-bosque-de-los-desprecios
En Espacio Alejandra Perotti:
http://www.espacioalejandraperotti.com/


1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por la nota, muy interesante el recorrido que propone para poder meterse un poco más en la obra de Bordese, la cual admiro profundamente. Muchas Gracias, Mirtha Bermegui