Obra: San Martín en Boulogne-Sur-Mer (Instituto Bernasconi),
Por ANTONIO ALICE
Pero antes de realizar el cuadro de “Los Constituyentes" había pintado al Libertador en Boulogne Sur Mer (1912 - 1915). Leyendo y meditando, mi pensamiento iba reconcentrándose en una visión de la vida del General San Martín allá en su armoniosa soledad de prócer.
Expuse mi idea a ese hombre superior que fue Joaquín V. González, padre espiritual mío, amigo dilecto que me honraba con su gran amistad. González me infundió ese verdadero entusiasmo que sabía dar con sus sabios consejos a la juventud. Me incitó a dar comienzo a tal empresa artística, en el modo como yo la sentía”. Al efecto, para realizar esa obra, tuve que vencer obstáculos difíciles, arrostrando sacrificios. Tuve que instalarme en el mismo ambiente donde vivió y murió nuestro gran héroe.
Allá, en Boulogne Sur Mer, en la misma fuente inspiradora de mi "asunto ", me pareció hallarme en contacto espiritual con el alma del prócer. Yo quería trasladar a la tela, no la simple imagen del hombre glorioso cruzando los Andes, ni la visión plástica del su contextura de soldado, sino la esencia espiritual de aquel hombre que fue superior a su tiempo. Y para eso traté de compenetrarme de la verdad histórica, entregándome por entero a mi labor predilecta, poniendo en ella la energía del trabajo, conciencia y amor del espíritu.
Gracias a la cortés ayuda que me proporcionaron en Boulogne el cónsul argentino, señor Alberto Martínez de Hoz y Monsieur Cresson, director de aquella Biblioteca Municipal, pude obtener datos preciosos sobre la figura física de San Martín en los tiempos de su ostracismo. Se me facilitó un opúsculo muy raro, -obra de Mr. Gérard, íntimo amigo de San Martín- donde el prócer surge allí de cuerpo entero. Dice Mr. Gérard que "ce vieillard" -San Martín- a pesar de sus años, se mantenía sano y fuerte, como si tuviera músculos de bronce. No obstante su carácter reservado, cuando se paseaba diariamente, según su costumbre, por la ribera acantilada de Boulogne, deteníase a conversar con los obreros del puerto, y sobre todo, con los pescadores, cuya charla pintoresca lo encantaba. ¡Aquellas gentes humildes ignoraban que ese anciano de rostro sugestivo y de mirada penetrante, fuese el Libertador de Sud América!
Atraía mayormente su atención -dice Mr. Gérard- el espectáculo de los barcos que llegaban y, sobre todo, los que partían con rumbo a su patria llevándose en el temblor de las velas movidas por el viento, toda la nostalgia dolorosa de su corazón. De pie, sobre las rocas, San Martín contemplaba, por largo rato, al buque que partía hacia esa tierra amada; a esa tierra amada, cuna de su coraje y tumba de su sacrificio, a la cual él se diera todo íntegro, mientras ella no lo comprendía. Felizmente, los genios se agrandan con el curso del tiempo y se imponen a las generaciones del porvenir por el prestigio de sus obras.
En opuesto punto de vista con algunos que sostienen que los héroes deben vérseles para pintarlos en su juventud y no en la vejez, yo, afirmándome en lo que ya he dicho, seguí lo que me dictaba el corazón, poniendo de relieve un aspecto importante por su grandeza, en la vida de nuestro Gran Capitán.
San Martín, en su actuación militar es sobradamente conocido, no siéndolo en su actuación civil, muchos de cuyos rasgos pasan inadvertidas para el pueblo, a causa sin duda del fulgor deslumbrante de sus campañas bélicas que dejan en las sombra su vida ciudadana. Sin embargo, de su vida privada, sobre todo de la que vivió en el ostracismo, se desprende una enorme enseñanza moral.
Las acciones militares en pro de una causa tan noble y tan santa como la independencia de la patria, hieren fácilmente la imaginación del pueblo, que bajo el relampagueo de las hazañas de sus ejércitos heroicos, se estremecen de entusiasmo lírico. Pero es bueno y es patriótico recordar que hay en la vida civil de nuestros grandes capitanes, acciones que, como la que sirvió de apoyo al argumento de mi cuadro no obtienen la sanción inmediata del pueblo, ya sea porque éste las ignore o porque no haya querido comprenderlas.
Al final los pueblos terminan por apreciarlas tanto o más que a las otras...
Las acciones militares de un héroe sirven de ejemplo a su pueblo, en tanto que las acciones civiles son una lección filosófica para la humanidad,
Con esto quiero referirme a la vida íntima del general San Martín, vida acrisolada, en cuya pureza de diamante los argentinos hallaremos siempre la más bella lección de moral que pueda darse a un hombre.
Por eso, he imaginado a San Martín en uno de esos momentos angustiosos, dramáticos, sublimes, en que la melancolía parece brotarle de la luz; de los ojos. Sobre el alto del "Rocher de la Palaise", que le sirve de pedestal, se yergue él, como un gigante, como la vieja estatua de un divino Término latino que escruta el horizonte. Sereno, altivo, gallardo, enhiesto, con la cabeza cerca de las nubes frente al mar, muy por encima de las olas rastreras, mirando hacia lo lejos, con una de esas miradas infinitas que cuando la fuerza visual no le ayuda, parece prolongarlas el mismo pensamiento, simbolizado en el cuadro, con el vuelo del albatros, grande y vigoroso, digno hermano de aquel “ viejo morador de la montaña" de que nos habla Andrade. En esa actitud hierática, con la rigidez militar que de intento no he querido omitir para caracterizar mejor al jefe severo de la disciplina y al forjador del espíritu de un pueblo, en esa actitud surge tal cual lo verá más tarde la leyenda.
A pesar de sus años, lo 'he puesto así rígido y varonil, porque así fue su alma y su organismo fuerte como una roca de granito, capaz de resistir al empuje del viento que le agita las ropas, alzándole la capa como el ala de un cóndor andino. Su mano, seca y nerviosa, como las raíces de nuestro ceibo criollo, que cuando más envejece más se agarra a la tierra de dónde saca el jugo de sus flores, aquella su mano heroica que sostuvo la espada luminosa de Chacabuco y de Maipú, aprieta ahora el bastón que lo sostiene, y que en vez de ser apoyo, más parece el asta de una bandera a la cual el prócer se aferra como los paladines que morían atados con los brazos al astil de su oriflama.
Es la hora melancólica del atardecer. Frente al sol que declina allá a lo lejos, otro sol, en ocaso, contempla el símbolo de su propio crepúsculo, y piensa que así como aquél surgirá mañana nuevamente en la belleza de una aurora triunfal, también él verá el triunfo de su aurora en la posteridad de su país.
La sombra va subiendo, mientras que el último rayo rojizo del astro moribundo le da un beso de luz que le alumbra desde el corazón hasta la frente, poniendo de relieve su mirada paternal llena de admonición, en tanto que con el ancho sombrero en la mano saluda por última vez al sol que va a volcar su luz allende del mar… ¡América!
Más de tres años he llevado para realizar esta obra que, entre paréntesis, vivió su odisea en los años de la terrible conflagración europea. Felizmente, pudo llegar sana y salva a la patria, junto con su autor y tanto en este cuadro como en todas mis obras, de carácter histórico o no, jamás olvidé el argumento que actúa en la obra de arte, identificada con sus valores plásticos. Pero debe tenerse en cuenta que el mérito de la obra pictórica no debe nunca ser inferior a la importancia del tema tratado, porque así se obtiene la unidad que el arte nos exige para la realización de una obra seria.
Y por encima de todo, he puesto siempre en mi tarea fatigosa, pero agradable, todo mi amor de artista y toda mi pasión sincera de argentino.
“Sin amor, sin pasión, sin fuego -decía Benvenuto Cellini -el arte será siempre una mujer hermosa, pero muerta”.
Con estos sentimientos y con estas ideas, yo desearía que los jóvenes artistas de mi patria no se dejaran arrastrar por las modas enfermizas que nos llegan de afuera.
Que adopten la actitud serena del sembrador que antes de arrojar la semilla, estudia el clima y los demás factores naturales que han de contribuir a su germinación.
Esos artistas son los continuadores de una tradición histórica que no por ser reciente es menos digna de admiración y de respeto. No deben olvidar que -según las sabias palabras del ilustre Carena, citadas al principio "somos hijos de una joven y magnífica tierra de promisión", donde tenemos todas las posibilidades para que el Arte vuelva a nacer cada día como una bella aurora".
No nos limitemos a pintar el modesto "bodegón" o la botella o el zapallo que son muy útiles y muy provechos como elemento de estudio, como base didáctica. Pero, al salir de la Academia, fortificados por las enseñanzas de nuestros maestros, no sigamos haciendo esas cosas sin vida y sin alma. Abordemos empresas de vuelo más alto; dediquemos especial atención al "argumento" tratando de que surja espontáneamente, como ligado a la composición.
No falta quienes movidos por el prejuicio o por la influencia de escuelas exóticas y falsas, afirman que los cuadros con temas, históricos o no, han pasado de moda como obra de belleza y de arte. ¡Error! Cuando un cuadro de esa índole está bien pintado; cuando el artista ha impreso en él la potencia de su talento y el vigor de su alma, ese cuadro será siempre una obra de arte; arte personal, pero no negativo.
ANTONIO ALICE ” El argumento en el Arte Pictórico“/ 15 de Julio de 1938
Conferencia, con proyecciones luminosas, pronunciada por su autor, invitado por el INSTITUTO POPULAR DE CONFERENCIAS, en el Salón de actos de LA PRENSA. 15 de Julio de 1938
Antonio Alice (1886-1943)
Nace en Buenos Aires el 23 de febrero de 1886.
Concurre durante seis años al taller del pintor Decoroso Bonifanti y en 1904 obtiene el Premio Roma. Viajando becado a Italia, ingresa en la Real Academia de Turín, donde estudia bajo la dirección de los maestros Grosso, Tavernier y Gilardi. En 1905 obtiene la Medalla de Oro otorgada por esa academia.
Se presenta en el Salón del Centenario, en el concurso de cuadros históricos, con la gran tela
La muerte de Güemes, premiada con Medalla de Oro (1910). (Palacio de la legislatura de Salta
En 1911 obtiene la máxima recompensa en el Primer Salón Nacional, con Retrato de Señora, y en 1915 se le otorga la Gran Medalla de Honor en la Exposición de San Francisco de California.
Vendrán sus grandes telas históricas: San Martín en Boulogne-Sur-Mer (Instituto Bernasconi), Argentina, tierra de promisión (Palacio de Correos, Buenos Aires), Los Constituyentes de 1853; (Sala de los Constituyentes, Santa Fe)
Ver la biografía completa en http://www.museoroca.gov.ar/articulos/bioalice.pdf
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