lunes, 19 de noviembre de 2007

LAS VERDADES DEL PINTOR por Julio E. Payró

EXISTE, sin duda, la verdad de la distancia: cuando Corot pinta el Coliseo, visto desde los Montes Albanos, obedece a esa verdad métrica y coloca el monumento en su lugar exacto mediante los recursos de la perspectiva aérea.




Cuando Cézanne pinta la montaña Sainte -Victoire, observada desde su taller del Jas-de-Bouffan, obedece a esa otra verdad que es la sensación del azul, unida a esa no menos poderosa verdad del azul de cobalto que está en su paleta. Más, la verdad del azul por antonomasia, y la del cobalto azul, no es la misma que la verdad óptica de lo que se ve a diez mil metros de distancia. Todo el problema consiste en escoger a cuál verdad se cederá. Verdades, las haya montones para el pintor. La verdad de su visión aguda, la verdad de su emoción ante el objeto. La verdad de su íntimo sentimiento del equilibrio y el ritmo. La verdad de la superficie plana del lienzo en que pinta. La pura verdad de sus colores. La verdad de las armonías cromáticas. La verdad de los ajustes y las compensaciones formales. La verdad del dibujo incisivo que vibra al trazar un perfil como debe vibrar la cuerda del violín para producir un sonido conmovedor. ¿Cuál es la verdad verdadera, entre tantas? Esa pregunta plantea ya un problema filosófico, no artístico; un problema del amor de la sabiduría. El arte no es ciencia. Nace de la exaltación, del entusiasmo. Conduce inevitablemente a esa verdad de la mentira que anida en la exageración, el énfasis, la hipérbole.


Lo que más amo es el amarillo, dice Van Gogh, y esa casa, que es la mía, la amo: pintaréla pues amarilla. Sería blanca si no la amara, mas la verdad profunda es que, siendo blanca ante mis ojos, es amarilla en mi corazón. Esta neblina, dice Seurat, este tenue velo rubio que cubre todo el espacio visible, es el alma de la Isla de Francia, es la fantasmal emanación del Sena que voy a pintar; esta neblina es pues el verdadero protagonista de mi cuadro, y todo se someterá a ella: personas, barcas, puente serán humildes detalles perdidos en el plano de esa gasa admirable. Esta manzana, dice Cézanne, tiene forma y color, y tiene peso, sabor, fragancia; es la manzana más bella del mundo; y si, al pintarla, no doy hambre de manzana, si no logro expresar lo bien que huele lo bien que sabe, la deliciosa sensación de su peso en mi mano, habré mentido; mas ¿cómo expresar todo eso que sé, pero no veo, sin exagerar aquí, deformar allá? Deformaré y exageraré por amor de la verdad. El color más triste, dice Gauguin, es el violeta; y la criatura más atribulada de la tierra es esta maorí desnuda que otrora fue reina y hoy se ve desposeída de su imperio; pintaré su cuerpo de color violeta para ser veraz y conmoveros con su desventura.


He aquí algunas de las muchas instancias en que el pintor, al decir su verdad, contradice nuestros hábitos visuales y puede parecer caprichoso o delirante. No es un agrimensor, no es un fisiólogo, no es un escribano en trance de hacer un inventario, no es un cronista encargado de procurarnos el relato objetivo de un hecho. Tampoco es teólogo, moralista o político. Es un poeta que hace uso de formas y de colores para hablamos de sus más íntimas sensaciones y comunicárnoslas. Tiene derecho a la más amplia autonomía, tanto más cuanto que la tarea de la documentación por la imagen la cumple hoy la fotografía. Daguerre comunicó su invento a la Academia de Ciencias el año mismo en que nació Cézanne: 1839. Desde ese momento, la mera objetividad, en pintura, se convertía en vana demostraci6n de manualidad. Pintura descriptiva, pintura narrativa, moraleja pintada desaparecen a fines del siglo XIX ante la afirmaci6n de los cuatro grandes post-impresionistas, cuya inspiración es lírica o épica. Y verdades inéditas aparecen en el cuadro. Los maestros antiguos, se objetará, no sintieron la necesidad de torcer los aspectos de la naturaleza. Saludamos con respeto e incondicional admiraci6n a esos maestros, porque supieron decir lo suyo; mas no lo dijeron todo. Mucho quedó sin formular y se ha intentado formularlo después del impresionismo. Con tal objeto, precisamente, abandonaron los pintores la antigua naturalidad de su lenguaje.

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