sábado, 14 de noviembre de 2009

Entrevista: Lorena Fernández

Por Roger Colom
Paseante extranjero ver>>>

Ernesto Catena Fotografía Contemporánea
Hasta el 4 de diciembre
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La muestra de Lorena Fernández en Catena, titulada Bosquecito, me llamó la atención desde el primer momento. En cuanto entré supe que estaba en espacio diferente, de una diferencia palpable, como si hubiera entrado en un mundo paralelo. Y quizá sí vivimos, los hombres y las mujeres en mundos paralelos, que nunca llegan a coincidir del todo.

La narrativa amorosa de nuestra cultura (en novelas, poemas, canciones, películas) es desde su inicio (en la edad media) una de conflicto, de personas que sufren y batallan para encontrar un lugar común. Cuando se encuentra ese lugar, cuando el amor es feliz, la peli termina, o el poema, o la novela. En nuestra cultura, ese lugar ideal o no existe o es invisible. Por eso digo lo de los mundos paralelos.

La muestra consiste de dos habitaciones, y debería empezar por el espacio más público y luego pasar al más privado. Pero la disposición de la galería, en una vieja casa de Palermo, ha provocado que el espectador suela ver la exposición al revés. En ese espacio más público hay una mesa de comedor antigua cubierta por pilas de libros, tacitas de café y té, también antiguas, llenas de especias. Hay flores y otros objetos nimios, traídos de otra época y hoy coleccionables. En un rincón hay un mueble como de cocina, también con libros, flores, tazas y otros objetos. Contra una de las paredes hay tres sillas antiguas. Este espacio, naturalmente hace pensar en una posible cocina de Lorena, que no cocina y prefiere leer mientras lo hacen otros: podría ser su cocina ideal, una cocina de las ideas y de los objetos queridos. En las paredes están las fotos, que no es que completen el ambiente, la instalación, sino que son su razón de ser.

En la otra habitación hay una cama individual en un rincón. Y en el centro, un ficus en una gran maceta. Lorena me dijo que quería que fuera un rosal, pero que hubiera sido cruel ponerlo ahí, en un interior, sin la suficiente luz. Sobre las paredes, claro, hay fotografías, la mayoría sin marco, adheridas directamente a la pared.
En estos dos ambientes, entre las instalaciones y las fotos, se crea un clima femenino (¿se puede decir así?), un microclima de los espacios de una mujer. Se habla mucho de que estos espacios privados son femeninos, mientras que los públicos son masculinos, algo totalmente absurdo, claro. Lo que quizá sea más exacto es que mujeres y hombres ocupamos los espacios de manera distinta, casi siempre por imperativo social, lo cual no implica inmutabilidad. Pero sacar al público ese espacio privado ya lo convierte en otra cosa; al publicarlo lo invierte, o invierte los valores tradicionales sin quitarle sus valores intrínsecos: los de un lugar privado en el que se puede estar bien, vivir, un lugar que, debo decirlo, me produce una calma, una tranquilidad que me provocan las ganas de vivir en él, como si estuviera viendo cómo podría mi casa en otro universo. Así que noto una bonita afinidad con el trabajo de Lorena, quizá sea eso lo que me ha llevado a hacer esta entrevista.

RC: Empecemos por todos estos libros. Los hay de filosofía, de poesía, literatura de vanguardia, algunas obras clásicas.

LF: Los libros son lo único que fui transportando de casa en casa. Como estudiante, cuando me fui de casa de mis padres, después de departamento en departamento. En algún momento, sobre todo en la época de estudios, lo único que tenía era libros. No tenía mesa, tenía un colchón en el piso, no tenía cama. Entonces siempre estuvieron apilados. Esta es forma que siempre tienen, nunca tuve una biblioteca. En mi casa, ahora, tengo más espacio, pero sigo sin tener la biblioteca, siguen estando así, y mi marido dice que son las “pilas sagradas” porque para mí tienen un orden específico; cuando viene alguien y las mueve, me doy cuenta. Para mí es un orden. Los veo así y siento que están ordenados. Él dice que es una pila, pero para mí es un orden.

RC: ¿Y tiene algún sentido que haya éste o aquel encima?

LF: Sí. De todos los libros hice una selección, y traté que por lo menos los que estuvieran encima fueran los particularmente importantes para mí en este momento. Hay libros que fueron muy importantes para mí hace diez años, y están más abajo.
RC: Aquí hay un libro de floricultura. ¿Tienes muchas flores en casa?

LF: Hace dos años que estoy viviendo en una casa que tiene patio. O sea que tengo un pedazo con césped. Cosas que pensé que nunca iba a tener porque siempre vivía en departamentos mínimos, ahora las tengo, como jazmines, madreselvas, enredaderas, rosas. Estoy fascinada con el tema de las plantas. Y en algún momento de mi vida—¿viste cuando entrás en crisis?—pensé, bueno, me pongo a estudiar horticultura, que es más real que cualquier otra cosa que puedas hacer.

RC: ¿Y esta colección de tazas?

LF: He sido siempre coleccionista. De pocas cosas: de libros, claro, y me gustan mucho las cosas antiguas, particularmente las tazas. Creo que es lo que me quedo de los juegos de cuando era chica. Lo más loco de todo es que me gustan los objetos de cocina, me gusta la vajilla, pero odio cocinar. Siempre tuve estas cosas, pero en este tipo de usos, conteniendo cualquier otra cosa. Hay amapola, coriandro, pimienta roja… Más bien soy una teórica de la cocina, me gustan las recetas y las guardo, pero no me gusta cocinar. Siento que en todo ese tiempo podría estar leyendo.

RC: A mí me gusta mucho cocinar, y me relaja.

LF: A mí me gusta lavar los platos, me encanta lavar los platos. Pero no cocinar. También creo que se me genera una tensión porque cuando cocinás, sobre todo cuando cocinás para otros, tiene que salirte bien, tiene que estar rico. Y esa cosa del otro me produce como nervios. Me gusta la teoría de la cocina y me gustan los objetos pero no me gusta cocinar.

RC: Una cosa que llama la atención de las fotos es el énfasis absoluto en las personas, todas mujeres, con el paisaje, o el resto del espacio fuera de foco, aunque sea ligeramente.

LF: Desde hace tiempo me interesa un tema en particular, que es el de las mujeres. Estuve muchos años interesada en los hombres, ¡por estar enamorada de muchos hombres! Pero en un momento dado me di cuenta de algo que pasaba con las mujeres, algo que tenía más que ver con lo que yo era y que me iba a ayudar mucho más a sentirme mejor y más libre. Las relaciones con los hombres siempre son como de dependencia emocional. Y de repente empecé a ver mujeres a mi alrededor que tenían unas vidas increíbles. Todo este tiempo estuve mirando equivocadamente, poniendo la atención en otro que es radicalmente distinto a lo que yo soy. Así que empecé a trabajar bastante con mis amigas, y como trabajo con fotografía hay algo que está claramente en el cuerpo de la mujer que a mí me produce cosas, o me deja entender cosas. Hace un par de años—tengo 34 y mis amigas tienen más o menos la misma edad—me di cuenta de que durante un tiempo estás muy en contacto con tus amigas, y las ves desnudas en distintas situaciones, y en un momento eso deja de ocurrir. De pronto no sabía cómo era el cuerpo de mis amigas, y por ende un poco dejás de saber cómo es tu cuerpo. El cuerpo pasa como a otro lugar, hay algo que se vuelve como mucho más de la cabeza. Uno pierde esa intimidad con el cuerpo, y con el cuerpo de las otras, de las personas que te acompañan, que están más cerca tuyo. Ahí fue volver a empezar, hablar con algunas amigas y proponerles hacer fotos.

RC: En realidad no hay…

LF: ¿Tanto cuerpo? Después se fue suavizando. Pero esto es como el final, porque otro tema importante era el de la ropa. Eso que hacemos las mujeres con los atuendos.

RC: ¿Qué hacen las mujeres con los atuendos?

LF: Se transforman en algo. Se camuflan con algo. Y me interesaba ver eso, también. Entonces, sobre todo para estas fotos, me junté con un grupo de amigas a las que les propuse sacarles unas fotos en las que ellas estaban más desnudas de lo que finalmente estuvieron. Juntamos unas cantidades enormes de ropa, que todas iban trayendo. Hicimos como pruebas generales de vestuario, para ver qué le gustaba a cada una. Qué se imaginaba que podía tener puesto y qué pasaba en esta relación entre la ropa y el cuerpo.

RC: O sea que estaban contando historias.

LF: Algo que tenía que ver con la convivencia posible o no entre la naturaleza y el hogar, entre lo domesticado y lo salvaje. En un momento pensamos que toda la ropa estuviera relacionada, de alguna manera, con una especie de camuflaje natural. Esto es algo que las mujeres hacen solas. Les gustan las flores y tienen cositas con flores, como si la naturaleza sólo pudiera estar en un estampado o en una tacita. Como si eso fuera lo único que pudimos retener, en algún punto.

Hablamos de otras cosas, y luego:

RC: Es un tema, he descubierto, esto de la depilación en Argentina.

LF: Fue muy gracioso porque cuando estábamos planteando los desnudos entró el tema de la depilación. A mí me daba lo mismo que estuvieran depiladas. Lo único que no quiero es como un camino intermedio. La que se quiera depilar, adelante. Y la que use sus pelos, adelante, me encanta también. A ninguna, jamás, se le hubiera ocurrido salir en una foto sin depilarse. Sé que en Europa es distinto, pero acá fue todo un tema: cómo vamos a estar.

RC: Hay varias que no están depiladas. Al no hacerlo, ¿hubo alguna sensación de liberación? (Este es mi prejuicio europeo.)

LF: No. Estuve preguntando entre mis amigas y a todas las hace sentir mucho mejor estar depiladas. Se sienten más cómodas… En la Argentina la mujer no tiene que tener pelo. El cuerpo de la mujer está muy, muy, muy legislado.

RC: Iba a decir codificado, pero legislado me gusta más.

LF: Entonces esto de juntarnos y hacer las pruebas de vestuario todas juntas—son mis amigas, no modelos, y ninguna es perfecta—había algo ahí que nos dijimos, vamos a relajarnos un poco con este tema. Me parecen increíblemente bellas y me parece que encierran algo que yo estoy buscando. Hubo que ponerlo en común y ser claras. Algunas proponían algo de ropa, como muy sexy, sexy para los hombres, y yo decía que esa no era la idea, la de presentarlas divinas y hermosas, con toda una producción normal. Había que moverse de ese lugar, aunque fuera un toque. Que no es fácil, ni siquiera para mí. Creo que yo sigo atravesada por la mirada masculina. Inclusive hay fotos que dejé de lado donde estaban mucho más lindas, como si yo también las hubiera mirado un poco como si fuera un hombre. Pero es difícil salir de ahí.

La verdad es que las mujeres en estas fotos salen realmente bellas, irradian belleza, y no sólo física.


RC: A mí me pasó una cosa muy extraña con estas fotos. En el primer momento en que las vi, sentí que me llamaban por el lado erótico. Pero luego me di cuenta de que no era mi erotismo. Me sentía como duplicado de alguna manera.

LF: Sí, entiendo. Tenía un poco la idea de que algo así tenía que pasar. El centro es la figura de la mujer. Esta instalación, esta casa, está habitada por una mujer, por un cuerpo de mujer; no podría ser un cuerpo de hombre. Y en las fotos había que encontrarles el lugar a ellas, que no fuera ni una producción de moda ni que alguien viniera y dijera, Wow, qué buenas tetas. Tenía que ser otro lugar, casi utópico, como un momento donde no hubiera sexo de alguna manera.

RC: En las fotos están las mujeres consigo mismas, en su mundo personal, particular.

LF: Todo el proyecto fue una cosa como de cofradía. Todas amigas.

RC: ¿Y la cámara?

LF: Las fotos están hechas con una cámara de placas. Fue una decisión bastante pensada. Siempre uso la Olga, o la réflex analógica, y siempre estoy como disparando, disparando, disparando. Es lo mismo que hago en mi laburo como directora de fotografía, que es grabar, grabar, grabar, indiscriminadamente. Estaba agotada. Necesitaba empezar a generar fotos desde otro lugar. Necesitaba una herramienta que me implicara más tiempo. Me di cuenta que el tiempo lo genero yo. Si la cámara me pide que en vez de disparar mucho, tengo que tomarme 20 minutos para armar la foto, más otros 20 minutos para ver qué pasa con el personaje… sale carísima cada placa, entonces saqué 30 fotos, menos de un rollo. Hay que tener otra cabeza. Genera otro tiempo. De pronto la vida pasa a otra velocidad.

Y sí, es eso lo que noté al entrar en el espacio de esta exposición/instalación, otro ritmo. Si alguien tiene dudas sobre en qué consiste el arte, aquí tiene una respuesta: un cambio de velocidad.

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