domingo, 8 de julio de 2007

Correspondencia: entre John Berger y Katya Berger

del libro Tiziano: Ninfa y Pastor
de John Berger y Katya Berger


(Prefacio)
(...) Katya, mi hija, creció rodeada de libros de arte. Luego viajó y visitó museos, desde los que me mandaba postales. Nunca hemos hablado mucho de pintura -menos, desde luego, que de cine, de lugares, de animales, del lenguaje-. Cuando me envió la primera postal desde Venecia, le contesté esperando que ella también lo hiciera y lo hizo, y así empezó esta historia.
John Berger


P. S. Las cartas de Katya fueron escritas en francés, que es su primera lengua; la mías, en inglés. Mucho después, Katya tradujo mis cartas al francés, y yo las suyas al inglés. Para este libro hemos empleado mis traducciones al inglés.
John Berger Katya

PIAZZA SAN MARCO, VENECIA

John:
¿Qué me parece Tiziano? En una sola palabra en una postal: carne.

Un beso, Katya.

AMSTERDAM

Kut:
De acuerdo, carne. Lo primero que se me viene a la cabeza es la suya de viejo. ¿Por qué pienso inmediatamente en Tiziano viejo? ¿Por solidaridad, dada mi propia edad? No, no lo creo. Creo que tiene que ver con el siglo que vivimos y la amargura de las experiencias que nos ha deparado. Es un siglo que siempre ha buscado la rabia y la sabiduría más que la armonía. Los Rembrandt tardíos, los últimos Goya, las últimas sonatas y cuartetos de Beethoven, los Tiziano de los últimos años... ¡Imagínate el impulso de un siglo cuyo maestro fuera el joven Rafael!

Pienso en los autorretratos que pintó a los sesenta y setenta años. O en su forma de representarse a los ochenta y tantos caracterizado del penitente San Jerónimo: (Tal vez éste no es un autorretrato: es sólo una suposición mía, pero tengo la sensación de que debía de estar pensando intensamente en sí mismo mientras lo estaba pintando.)

¿Y qué veo? Veo a un hombre cuyo aspecto físico impone, un hombre con autoridad. No puede uno tomarse libertades con él. Con el decrépito Rembrandt de los últimos años habría sido fácil. Este otro, sin embargo, sabe cómo funciona el poder y ha ejercido el suyo. Ha convertido en una profesión -como las de general o embajador o banquero- el oficio de pintor.
Fue el primero que lo hizo. Y posee esa confianza que suele acompañar al profesional.

Y también tiene una confianza pictórica. En sus últimas obras fue el primer europeo que exhibió -en lugar de ocultarlos o disimularlos- los gestos de la mano al extender el pigmento en el lienzo. De este modo dio a la pintura una nueva confianza física: el movimiento de la mano y del brazo que pinta adquiere una expresividad propia. Otros artistas, como Rembrandt o Van Gogh o Willem de Kooning, seguirán su ejemplo. Al mismo tiempo, su originalidad y su audacia nunca fueron irreflexivas. Su actitud con todo lo que le rodeaba en Venecia no podía ser más realista.

Y sin embargo, sin embargo..., cuanto más observo su forma de pintarse, más veo en ella a un hombre asustado. No un cobarde, no es eso lo que quiero decir. No corre riesgos, pero tiene valor. No suele mostrar su miedo. Pero no puede remediar rozarlo con los pinceles. Se percibe sobre todo en sus manos. Son unas manos nerviosas como las de un prestamista. Pero su miedo, creo yo, no tenía nada que ver con el dinero.

¿Miedo a la muerte? La Peste hacía estragos en Venecia.
¿Miedo a ser juzgado? ¿Un miedo que le llevaba al arrepentimiento y la penitencia? Podría ser cualquiera de ellos, pero son todos demasiado generales para ayudamos a comprenderlo o a aproximamos a él. Llegó a ser muy viejo. El miedo le acompañó durante muchos años. Y un miedo que dura tanto se transforma en duda.

¿Qué fue lo que le hizo dudar? Sospecho que estaba íntimamente relacionado con Venecia, con la forma característica de riqueza, de comercio y de poder de la ciudad. Todas las cuales, como tú bien dices, tenían que ver con la carne.

Un beso, John

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