sábado, 2 de junio de 2007

Romero Brest, el gran destructor

por Daniel Pérez
26 de marzo de 2007

A principios de los años sesenta se produjo el encuentro entre dos personajes desbordantes de entusiasmo y de certezas, que iniciaron una movida cultural tan fugaz y llamativa como un fuego fatuo, en cuyo transcurso convocaron a un grupo de jóvenes coincidentes en “el espíritu destructor de la obra artística tradicional” (1), y comenzaron una acción destinada a “eliminar la obra de arte como intermediaria entre la vida y el hombre.” (2)

Según esa luminosa visión, las obras de arte producidas hasta entonces no habían sido más que una intermediación innecesaria entre la vida y los humanos, como el miriñaque o los guantes de seda; en consecuencia, la hipótesis de que el verdadero arte provendría del futuro bastaría de allí en más para conferir legitimidad a todos los experimentos, por más esperpénticos y banales que resultaran, ya que significaban avances hacia el futuro canon desconocido.

El dislate hubiera carecido de trascendencia de no mediar el poder económico aportado por uno de los protagonistas del encuentro. Mimado por la fortuna y habituado a una blanda vida de caprichos atendidos, Guido Di Tella cayó rendido por el prestigio, las ínfulas intelectuales y las impetuosas convicciones de Jorge Romero Brest.

¿Qué irrefrenable demanda impone a los críticos apocalípticos la ambición de presidir el tribunal supremo de las artes y dictar fallos inapelables?

Al igual que el papa Romero, la papisa Marta Traba (así solían apodarlos en sus respectivos círculos) cedió al impulso de establecer los valores y jerarquías “definitivos” en el campo artístico: proclamar a los genios, destituir los falsos valores y empujar a los mediocres al purgatorio fue su misión en la vida.

Mientras tanto, Romero Brest descargaba juicios y prejuicios: aplaudido por Guido y respaldado por el dinero de la empresa Di Tella, proclamó la caducidad del viejo arte de la pintura y desplegó sus acometidas para llenar el espacio supuestamente vacante con televisores, colchones, fotografías y objetos diversos.

Un grupo de jóvenes hambrientos del éxito instantáneo que les ofrecía Romero fueron convocados para hacer “otra cosa que no fueran pinturas ni esculturas”. (3)
El zafarrancho resultante fue famosamente presentado en sociedad bajo el título de “Experiencias”.

Años después de que el adelgazamiento financiero de la empresa Di Tella precipitara el fin de la aventura, Romero Brest le confesaba al crítico norteamericano John King: “Estábamos destruyendo un sistema, pero no habíamos conseguido crear un nuevo sistema… en el otro terreno, el de los pintores, escultores, grabadores, se había hecho todo lo necesario, se había hecho el escándalo, se había destruido todo lo que había que destruir… Entonces, todo ese enorme bagaje de experiencias se diluyó un poco. Y ahora subsiste, pero subsiste como un recuerdo melancólico.” (4)

Desde la vereda opuesta, Marta Traba dijo que al cerrarse el Di Tella las vanguardias argentinas se quedaron sin piso: “Romero Brest recorre América con una conferencia donde anuncia, con resonancias que pretenden ser nietzscheanas, pero que no indican más que su tremenda irresponsabilidad, que el arte ha muerto y que las vanguardias balbucean metalenguajes”.
“A Marta le debemos la sacudida”, decía Elena Poniatowska, aludiendo a los dardos que la filosa crítica disparaba por doquier, y que inducían a su público a revisar las certidumbres instaladas y a superar el “pánico de quedar atrás”; en definitiva, lo estimulaban a pensar con la propia cabeza, “sin hacer caso del terrorismo de las vanguardias”.

¿Se equivocaba la papisa Marta? ¿Se equivocó el papa Romero Brest?
Aunque polémicas y opinables, no cabe duda de que las apreciaciones de Marta Traba son la expresión de valoraciones personales muy fundadas, que incitan a la reflexión y estimulan el pensamiento crítico.

En ese sentido, Marta Traba no se equivocó al formularlas.
Pero difícilmente podría decirse otro tanto del empecinado e irresponsable afán que impulsó a Romero Brest a predicar la muerte de la pintura y a operar con ese propósito destructivo mediante los recursos puestos en sus manos por el encandilado Guido Di Tella.
Mi conclusión: las creencias utópicas dejan de ser inocentes a partir del momento en que se plantean la necesidad de destruir lo existente con vistas a construir algo que no pueden definir claramente.

Creo que esa fue la gran equivocación de Romero Brest.

(1) Romero Brest, Jorge. Arte visual en el Di Tella. Emecé, 1992.
(2) Romero Brest, Jorge. El arte en la Argentina. Paidós, 1969.
(3) Romero Brest, Jorge. Arte visual en el Di Tella. Emecé, 1992.
(4) King. John. Entrevista a Jorge Romero Brest. “El Di Tella”.

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ver archivo arsomnibus.com
Homenaje a Romero Brest

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