domingo, 9 de diciembre de 2007

GRACIELA TAQUINI: Confesiones de una curadora



Curar, investigar, programar video
GRACIELA TAQUINI *1









CAPITULO III

El ARTE DEL VIDEO
ARTES Y MEDIOS AUDIOVISUALES
MEACVAD 2007 *2


CONFESIONES DE UNA CURADORA
Graciela Taquini /Parte I

Umbrales
Hace unos años, en ocasión de realizar una curaduría para el Malba, se me ocurrió pensar cuál había sido mi primera experiencia estética. La huella más antigua y fundacional de algo trascendente impresa en mi memoria, anterior a cualquier formación sistemática, a cualquier lectura o intelectualización. Así, buceando en mi pasado, evoqué una Misa de Gloria en la parroquia de mi barrio. Yo tendría once años. El templo estaba a oscuras, el altar tapado por un paño negro o tal vez violeta. Al mismo tiempo, resuena en mi memoria el sonido seco de una matraca de madera que reemplazaba el tintinear de las campanillas.
La ceremonia comenzaba con un luto profundo, pastoso. De pronto estallaba el coro cantando el Gloria. Afuera las campanas redoblaban, el telón se caía, revelando la Epifanía del altar brillando en todo su esplendor, cuajado de flores, velas, luces e incienso.
¿Será por eso que me gustan los finales felices?
No tenía conciencia de que estaba experimentando en cuerpo y espíritu la estética más barroca de la Contrarreforma. La conquista de la fe a través del rito y la imagen y de la estimulación de todos los sentidos y las emociones en un espectáculo impresionante y teatral que expresaba rotundamente un concepto fuerte: la idea de Resurrección.
Mi última experiencia estética es muy reciente, la tuve en el Día Beacon, a una hora de New York, ante una instalación del norteamericano Michael Heizer: Norte, Este, Sur, Oeste. En un espacio enorme se recortan en el piso cuatro formas geométricas perfectamente euclidianas, de puro orden y belleza abstracta, intelectualmente aprensibles, bellamente iluminadas por la luz de la ventana. Un universo apolíneo que yo observaba con cierta perspectiva distante, gozando la perfección. Cuando entré en el espacio y me acerqué, tome conciencia de que eran esculturas inversas cavadas en profundidad, muchos metros por debajo del nivel del suelo. Eran oscuras por dentro, creo que estaban recubiertas de metal y formaban una especie de embudo. La paz y la calma se acabaron para experimentar sensaciones físicas compulsivas como el vértigo, el terror al abismo y la muerte, rechazo y atracción. Cosmos y caos como dobles negativos y positivos. Otro high concepto. Imborrable.
Finalmente el último gran encuentro con el arte con mayúscula lo tuve en la Fundación Telefónica, en la exposición de Muntadas cuando entré en su obra The File Room, que yo había tenido ocasión de mostrar on line en el Museo de Arte Moderno, pero que ahora estaba presentada como una ambientación con una calidad que sólo allí se puede lograr.

Nuevamente se reiteraba la sensación de esa conjunción entre lo racional y lo físico imposible de revivir cuando uno navega el sitio en Internet.
Entré a una bóveda, como las de Recoleta, cuando acompañaba a mi papá al cementerio, como creo que debe ser la de un banco, ya que nunca tuve ocasión de entrar a una. Un clima opresivo me envolvió y, como soy claustrofóbica, sentí una gran angustia. Un peso material, no imaginario: el del odio, la censura, la incomprensión, el autoritarismo, el miedo. Y, sin embargo, los estantes oscuros estaban rigurosamente alineados, había un orden pavoroso, sobre todo por la cantidad y por la magnitud del archivo. Muntadas, un artista para pensar, había logrado conmoverme, sentir algo profundo en mi piel, en mis huesos.

El poder de la imagen en movimiento
Desde muy pequeña, por la obligación paterna de ser la chaperona de mi hermana mayor, en la década del cincuenta, comencé a frecuentar el cine. Quedé atrapada por esos sueños soñados en una sala oscura. Secuencias enteras quedaron impresas en mi mente, especialmente el terror que me inspiraba una cortina mecida por el viento en La Bella y la Bestia que, muchos años después, relacioné con Jean Cocteau. El recuerdo más antiguo fue como el de miles de mi generación, la angustia por la muerte de la mamá de Bambi. El más fuerte: la frustración ante el final de Vértigo, como si se me hubiera caído el helado del cucurucho. Después vinieron los años intelectuales, todo Bergman metafísico para discutir una noche entera pero, sobre todo, mi adorado Francois Truffaut, que me hizo acariciar el deseo nunca cumplido de conquistar a su alter ego, Antoine Doinel.
Mi cultura visual-alimentada en la infancia por las matinés de tres películas- se acrecentó con la televisión y con estudios universitarios de historia de las artes plásticas, cuyo correlato visual se daba a través de las reproducciones color de fascículos re-cientemente inventados como Forma y Color o la Pinacoteca de los Genios. Al final de muchos desvelos por la historia del arte de Egipto, el arte clásico, el Renacimiento y el Barroco, descubrí al Instituto Di Tella, centro de la vanguardia en los años sesenta -y lo hice sin marco teórico alguno, pero atesorando una gran fascinación-. Más tarde me convierto en una tímida frecuentadora del CAYC, Centro de Arte y Comunicación, en cuyo moderno edificio sótano de la calle Viamonte un circuito cerrado de televisores emitía videos sin editar, en blanco y negro, imposibles de recordar y, sin embargo, algo me dice que debían ser muy importantes. Quizás Vito Acconci estaba apelándome desde alguna pantalla, pero pienso que lo recordaría. Esos dos espacios culturales fueron dos puertas de acceso a la contemporaneidad, que la enciclopédica carrera de Historia del Arte me había escamoteado.
Las becas y los viajes reacomodaron en mi retina cosas tales como la escala del Cordero Místico de Van Eyck, que estudié todo un cuatrimestre y que jamás había pensado era tan pequeño. A la vuelta, eternas sesiones de diapositivas para atribulados amigos, imágenes que luego se reciclaban con usos didácticos para clases de Historia del Arte con el fin de iniciar a resignados alumnos de Escuelas de Arte periféricas en Lugano o Luján que jamás habían salido de su lugar de origen. Debía enseñar las pirámides de Egipto a alguien que nunca había visto el Obelisco en Corrientes y Diagonal.
Más tarde, mi cinefilia se fue convirtiendo en una pasión y una profesión. Profundicé el análisis de films a través de la obra de un documentalista antropológico, Jorge Prelorán, cuya obra estudié y difundí durante la dictadura y en el amanecer de la democracia. Fue un hito importantísimo en mi vida, en mi formación y en mi destino.
En ese momento pensaba que esas, películas podían cambiar a la gente. Siempre me sentí frustrada de que el cine etnobiográfico de Jorge Prelorán no hubiera llegado a la escuela primaria o secundaria, ni siquiera a la Universidad. Llegué a pensar que si hubieran sido parte de la currícula, quizás hoy los argentinos seríamos diferentes.
Entonces, finalmente, llego al video como fusión de esos dos campos: el del arte y el de la imagen en movimiento. Para un artista contemporáneo joven, esta división no existe, ya que pasa de plataforma a plataforma, de lenguaje a lenguaje, de formato a formato, sin ningún cuestionamiento.
Ya nadie habla de videastas o, como se dice en el Uruguay, videístas.

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*1 Graciela Taquini
Nació en Buenos Aires. Profesora y licenciada en Historia de las Artes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Docente, curadora, investigadora y pionera en el campo de las Artes Electrónicas. Se desempeña, además, como jurado y curadora de muestras en la Argentina y en el exterior y como profesora consulta de la Universidad de Maimónides. Ha publicado diversos textos sobre su especialidad.Como artista ha recibido premios y exhibido su obra en Francia, España, Estados Unidos, Uruguay y Brasil. La Asociación de Críticos de la Argentina la ha premiado por su acción Multimedia. Su obra forma parte de las colecciones del Ivam de Valencia, la Caixa Forum y la Universidad de Barcelona
*2 Compilado por Jorge la Feria
Realizador de video, TV y multimedia. Es Master in Arts, University of Pittsburgh y de Licence d' Enseignement, Université Paris VIII. Actualmente se desempeña como Jefe de Cátedra en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad del Cine y en la Universidad de Los Andes, Bogotá. Entre 1995 Y 2007 ha editado más de treinta publicaciones acerca de cine, video, 'IV y multimedia.
En 2006 fue jurado panelista en Nuevos Medios de las Becas Rockefeller, New York.
Ha obtenido becas y premios para desarrollo de trabajo artístico y académico en Alemania, Argentina, España, Suiza y Estados Unidos.
Es el Coordinador artístico de la MEACVAD.















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